III. La Obra de la Expiacion y la Sanidad Divina

La obra de Satanás sobre el cuerpo humano.

Antes de hablar sobre la Expiación y la Sanidad Divina, es importante hablar sobre la influencia satanica en los cuerpos humanos. Una vez comprendido el asunto, la obra expiatoria de nuestro Salvadador es aun mas evidente.

ADVERTENCIA Y ACLARACIÓN:
Sin pretender polemizar sobre la influencia satánica sobre el cuerpo humano, pues no es la finalidad de este estudio, presentamos a continuación una compilación sobre el tema de la influencia de Satanás sobre el cristiano con la finalidad de ampliar nuestro conocimiento y criterio y estar preparados para cualquier circunstancia que se nos presente. 
Recomiendo leer la siguiente información pidiendo a Dios su guía y que el Espíritu Santo abra nuestro entendimiento para que con su ayuda podamos entender la realidad de Satanás y su influencia sobre el cuerpo humano y sobre el cristiano en particular. Al final del articulo encontrará la referencia bibliográfica por si quisiera usted ahondar mas en el tema, siempre con las debidas reservas del caso.
Sobre la demonización de los cristianos La realidad, la causa, la cura.

 LA REALIDAD 
La posible demonización de los cristianos verdaderos es el aspecto más polémico de la guerra espiritual hoy en día, y también una de las que reclaman con mayor urgencia estudios más objetivos y un ministerio práctico hacia los creyentes demasiado endemoniados.
La Escritura, la historia de la iglesia y la experiencia contemporánea demuestran que, en condiciones inusuales de pecado, ya sea propio o de otros en contra de ellos, algunos cristianos llegan a estar demonizados.
La mayoría de los creyentes rechazarían de manera categórica que exista la posibilidad de demonización de cristianos verdaderos. Esa fue también mi posición durante el período más largo de mis años en el ministerio cristiano. En realidad la mayor parte de los que hemos cambiado nuestra posición en este asunto fuimos educados con esa opinión tradicional de la no demonización de los creyentes.1 La cambiamos, más que nada, a causa de la experiencia acumulada aconsejando a los demonizados. Esto nos ha llevado a estudiar de nuevo la Escritura y a examinar otra vez la posición de los padres postapostólicos sobre este tema.

1 1. Gran número de las fuentes principales que utilizo en este libro en cuanto a la guerra espiritual son de hombres y mujeres que han experimentado este cambio de opinión.


Como hemos visto, los padres de la iglesia comprendían que los creyentes demonizados antes de convertirse a Cristo no quedaban automáticamente liberados de los demonios que vivían en ellos cuando el Espíritu Santo entraba en sus vidas en el momento de la conversión. También sabían que la liberación completa sería más bien un proceso que una crisis. Los nuevos creyentes eran edificados como catecúmenos en la verdad de Cristo y luego, para asegurarse finalmente de su plena liberación de los espíritus malos, los trataba el orden de los exorcistas, a los cuales nombraba la iglesia para realizar este ministerio. Según J. Warwick Montgomery,2 todo ello se concluía antes de bautizar a los convertidos.

Por fin, cientos de líderes cristianos que aconsejan a creyentes traumatizados han descubierto que hay personalidades demoníacas asociadas a la vida de algunos creyentes, a menudo viviendo dentro de ellos y en conflicto con el Espíritu Santo que los habita. Debemos aceptar esta realidad y ayudar a dichos creyentes a encontrar la liberación, sin desgarrar su fe cristiana diciéndoles que puesto que tienen demonios no son creyentes verdaderos y van camino del infierno. ¿Cómo se atreve nadie a causarles mayor sufrimiento para defender una presuposición teológica?

En The Word for Today [La Palabra para hoy]3 apareció un artículo que refleja las convicciones de la mayor parte de aquellos que se oponen al ministerio de liberación dirigido a creyentes. Declaraba en resumen que un cristiano no puede estar habitado por un demonio y decía que admitir la presencia de demonios en la vida de un creyente es declarar que Dios y Satanás moran juntos. Si el cristiano está sentado con Cristo en los lugares celestiales (Efesios 2.6), lo está por encima de esos principados y potestades (Efesios 1.21, 22), y si se encuentra en Cristo y Satanás no tiene nada en el Señor (Juan 14.30), ¿cómo puede tener algo en el creyente?

El escritor del artículo señala que algunos de los nombres que se atribuyen esos demonios, tales como lujuria, odio, celos, etcétera, son en realidad obras de la carne que el creyente debe dejar (Colosenses 3.8) o hacer morir (Romanos 8.13), no echar fuera. La idea de un cristiano demonizado es, por tanto, para ellos un escapismo de la propia naturaleza carnal. Además, ni Jesús ni sus apóstoles, ni la iglesia primitiva, echaron jamás demonios de ningún creyente. Los que ejercen un ministerio de liberación están, supuestamente, haciendo más hincapié en Satanás y los demonios que en Cristo y el Espíritu Santo.

Esta es la clase de controversia que suscita el tema del que nos estamos ocupando. Los críticos declarados de este ministerio de compasión utilizan versículos tales como los citados en el artículo anterior y distorsionan su significado. Dichos versículos reflejan el ideal para el pueblo de Dios, pero los críticos en cuestión prefieren ignorar el hecho obvio de que la mayoría de los cristianos no viven aún de acuerdo con ese ideal divino.

2 2. J. Warwick Montgomery, «Exorcism: Is it for real?», Christianity Today (July 26, 1974).
3 3. «Can Christians Be Demon Possessed?», The Word for Today 6, 5 y 6.


Todos los cristianos saben que los creyentes pueden llenarse de ira, rabia, lujuria, envidia y celos. Que son capaces de mentir, robar, ser rudos con los demás e incluso abusar de sus hijos. Aceptamos esta realidad y ministramos dentro de este mundo real del fracaso cristiano, siempre dirigiendo a nuestros, a veces maltrechos y pecaminosos, hermanos hacia el ideal que es su herencia en Cristo.

Sin embargo, aparecen los demonios en la vida de un creyente y, dicho con toda reverencia, ¡que Dios le asista! No recibirá comprensión de parte de sus hermanos, quienes a menudo lo maltratarán sin cesar llegando incluso a acusarle de querer estar poseído por los demonios para así poder seguir llevando una vida pecaminosa. ¡Extraña manera de ministrar a los que sufren!

Mi posición es que los creyentes verdaderos pueden estar endemoniados y que esa demonización es susceptible de ir desde un grado leve hasta grave. No afirmo que los cristianos auténticos puedan estar poseídos por demonios. Esto no es posible, ya que Satanás no posee nada aparte de su propio reino de espíritus caídos.

Lo que sí afirmo es que en circunstancias poco comunes de pecado, ya sea del individuo o de otros contra él, algunos creyentes llegan a estar demonizados. Ciertas áreas de sus vidas pueden quedar, aunque ello no suceda necesariamente, bajo la influencia directa de Satanás a través de los demonios que operan desde fuera y desde dentro de la vida del creyente.4

Aquellos que rechazan la posible demonización de los cristianos afirman que el Espíritu Santo no puede morar en el mismo cuerpo que los demonios.5 Esta es una presuposición teológica, no una certidumbre bíblica basada en la exégesis. No hay ni siquiera un versículo de la Biblia que afirme que el Espíritu Santo no pueda morar o more en un cuerpo humano o en cualquier otra área donde estén presentes los demonios.6 Ese argumento se basa más en un silogismo de la lógica que en una interpretación bíblica:

Premisa mayor: Todo cristiano esta habitado por el Espíritu Santo.
Premisa menor: El Espíritu Santo no puede morar con los demonios.
Conclusión: Los cristianos no pueden tener demonios.


En todo silogismo, si una de las premisas es incorrecta la conclusión también lo será.7 La premisa mayor del citado silogismo es correcta (Romanos 8.9; Gálatas 4.6), pero ¿dónde está el respaldo directo, claro y enfático de la Escritura para la premisa menor? Si falta dicho respaldo, entonces resulta posible que la premisa en cuestión sea incorrecta y por ende, falsa la conclusión.

4 4. Charles R. Swindoll, Demonism: How to Win Against the Devil , Multnomah, Portland, OR, 1981. Esta es también la posición de Swindoll, pp. 10 y 11, 15–19.
5 5. Véanse C. Fred Dickason, Demon Possession and the Christian , Crossway, Westchester, IL, 1989, pp. 33–45, 73–348.
6 6. Dickason, pp. 81–127.
7 7. Véanse los silogismos semejantes de Dickason, pp. 131–133.

Hay varios argumentos que sugieren que la presuposición teológica tradicional referente a la imposibilidad de que los verdaderos creyentes tengan demonios puede ser incorrecta.

1. El argumento lógico presenta silogismos paralelos que sugieren la posible incorrección del tradicional. Uno de ellos sería:


Premisa mayor: Todo cristiano está habitado por el Espíritu Santo.
Premisa menor: El Espíritu Santo no puede morar con el pecado.
Conclusión: Los cristianos no pueden pecar.


2. El argumento negativo dice que es imposible encontrar un solo versículo de la Escritura que afirme que los verdaderos creyentes no pueden tener demonios. A menudo se sugieren 2 Corintios 6.14–18 y Santiago 3.11–13, pero cuando estos pasajes se leen en el contexto del resto de la Biblia su significado se hace claro.8 Ninguno de dichos versículos afirma que el Espíritu Santo no pueda habitar o vaya a hacerlo en el mismo lugar que un demonio. Extraer de los mismos u otros semejantes tal conclusión no es exégesis, «la cual consiste en aclarar el significado de la Escritura», sino eiségesis, «introducir un significado en la Escritura».9

3. El argumento positivo presenta ejemplos de creyentes muy demonizados, así como principios bíblicos o enseñanzas.10

4. El argumento histórico aduce experiencias pasadas que demuestran que el pueblo de Dios, en circunstancias poco habituales, puede llegar a estar demonizado.11 Como hemos repetido en varias ocasiones, la iglesia patrística reconocía que los verdaderos creyentes que habían participado o participaban aún en la idolatría, el ocultismo, el culto a los espíritus y la magia podían hallarse demonizados incluso después de recibir a Cristo como Salvador.


8 8. Dickason, pp. 81–100.
9 9. Bernard Ramm, Protestant Biblical Interpretation , Baker, Grand Rapids, MI, 1977, pp. 110 y 111.
10 10. Dickason, pp. 101–127.
11 11. Véanse Dickason, pp. 149–213; Montgomery; Jeffrey Burton Russell, Satan: The Early Christian Tradition , Cornell University Press, Ithaca, NY, 1987b, pp. 30s; Swindoll, pp. 13–22; Merrill F. Unger, Demons in the World Today , Tyndale, Wheaton, IL, 1971, pp. 116 y 117, y What Demons Can Do to Saints , Moody, Chicago, 1977, pp. 28s; James G. Friesen, Uncovering the Mystery of MPD , Here’s Life Publishers, San Bernardino, CA, 1991; Timothy M. Warner, Spiritual Warfare , Crossway, Wheaton IL, 1991; Thomas White, The Believer’s Guide to Spiritual Warfare, Servant, Ann Arbor, MI, 1990.
Véanse todos los libros de Peter Wagner, Neil Anderson, Kurt Koch, Michael Green y Charles Kraft.


Una lista de posibles ejemplos

1. Primero tenemos el caso del rey Saúl (1 Samuel 9–31). Saúl era un creyente verdadero del Antiguo Testamento que, como ya hemos visto, fue lleno del Espíritu Santo en más de una ocasión (véase el capítulo 35); sin embargo tres veces un espíritu malo entró en su vida, produciéndole al manifestarse dramáticos cambios de personalidad.

2. Luego está el ejemplo de la rebelde nación de Israel. Es absolutamente posible que la mayoría de los judíos adultos que se habían entregado a una adoración desenfrenada de los ídolos y los espíritus estuvieran demonizados cuando Dios los envió al cautiverio. Los profetas describen con chocante detalle su rendición completa al mundo espiritual.
El pueblo de Israel unió el culto a Baal con la adoración a Jehová (Oseas 2.13, 17) y el resultado de ello fue un deplorable sincretismo que pronto los condujo a desechar la ley de su Dios, siendo la nación desechada a su vez por el Señor (Oseas 4.1–10). Israel quedó así atrapada por el diablo, llegando a estar tan demonizada como los adoradores de Baal a quienes se habían juntado (Oseas 9.1, 7–10, 15–10.2 con 1 Corintios 5.12; 1 Timoteo 3.6, 7; 2 Timoteo 2.26).

3. En el Nuevo Testamento tenemos ejemplos gráficos de judíos, asistentes habituales a la sinagoga, que estaban gravemente demonizados (Marcos 1.21–28; 39).

4. Luego está el caso de la hija de Abraham (Lucas 13.10–17; véanse Juan 8.33–35; Gálatas 3.29). Esta era una verdadera creyente judía (v.16), pero su enfermedad estaba causada por un espíritu malo (v. 11) del que Jesús la liberó (v. 12).
5. El caso de la familia demonizada de la iglesia, Ananías y Safira (Hechos 5.1–10), que examinamos con anterioridad. Eran creyentes, sin embargo, Satanás había llenado el corazón de Ananías (v. 3). «Llenar» es controlar, la misma expresión que se utiliza para la plenitud del Espíritu Santo, ¡ciertamente un lenguaje muy fuerte!

¿Cómo se aplica en estos casos la promesa de 1 Juan 5.18, según la cual el maligno no toca a los creyentes? El significado evidente de las palabras de Juan aquí, dice William Vine, es que Satanás no puede «atacar [al creyente] para cortar la unión vital entre Cristo y el creyente».12 Sin embargo, interpretar el verbo «tocar» en el sentido de que Satanás no puede afligir a un creyente es contradecir toda la Escritura. Si los creyentes dan lugar al diablo (Efesios 4.27), enseña el Nuevo Testamento (1 Timoteo 3.6, 7; 5.15; 2 Timoteo 2.26), puede esclavizarlos a sí mismo e incluso destruir su vida física (1 Corintios 5.5; 11.30, 31; 1 Timoteo 1.20).

Dios puede utilizar el toque de Satanás contra los creyentes que pecan para humillarlos, e incluso en ciertos casos el Señor permite que el diablo quite la vida a cristianos piadosos, obedientes y fieles (Apocalipsis 2.10; 12.17; 13.7).

Las advertencias del Nuevo Testamento en cuanto a que los cristianos pueden llegar a estar atados o controlados (en forma parcial) por Satanás son muy claras. Pablo previene contra la potencial demonización de obispos, ancianos y pastores (1 Timoteo 3.6, 7), maestros de la Biblia, predicadores y profetas (2 Corintios 11.3, 4, 13–15; 1 Timoteo 1.19, 20 con 2 Timoteo 2.14–26; 1 Timoteo 4.1s; 1 Juan 4.1–4). Está también el enigma de las «diaconisas» influidas por demonios (1 Timoteo 5.9–15) y el peligro de los dirigentes cristianos con talento y de los hacedores de milagros "demonizados" (1 Juan 4.1–4 con Mateo 7.13–29; 2 Tesalonicenses 2.1–17; Apocalipsis 13).

12 12. William E. Vine, Expository Dictionary of New Testament Words , Oliphants, Londres, 1953 3:145.

En Santiago 3.9–15 se habla de creyentes demonizados resentidos, envidiosos, egoístas, ambiciosos, altivos, mentirosos y maldicientes. También se nos previene contra las posibilidades de que los cristianos reciban otro espíritu (2 Corintios 11.3, 4).

Por último tenemos advertencias acerca de que los creyentes pueden entregar un área de sus vidas a la ocupación de Satanás a conciencia o por descuido (Efesios 4.27) «Ni deis lugar al diablo», dice Pablo. La palabra «lugar», tópos, es de la que se deriva topografía. Vine dice que «se utiliza para indicar una región o localidad[ … ] de un lugar que ocupa alguien o algo».13 «De las ochenta y cuatro veces que aparece en la Escritura jamás significa ocasión[ … ] indica un área de ocupación».14




13 13. Vine, 3:185 y 186.
14 14. Conrad Murrell, Practical Demonology: Tactics for Demon Warfare , Saber Publications, 71407, Bentley, PA, 1974, p. 63.
Murphy, Edward F.: Manual De Guerra Espiritual. electronic ed. Nashville : Editorial Caribe, 2000, c1994


DOS EXPLICACIONES PARA EL TERRIBLE ENIGMA DE LOS CREYENTES DEMONIZADOS
Este enigma puede explicarse de dos maneras.
La primera de ellas es que dichos cristianos quedaron bajo la influencia de los demonios antes de su conversión y que no todos los espíritus malos abandonan de inmediato el cuerpo de los inconversos demonizados cuando se entregan a Cristo. Aunque a muchos nos han enseñado que los demonios se van en ese momento, el Nuevo Testamento no expone en ningún lugar tal doctrina. Esto es especialmente cierto cuando los demonizados son ganados para Cristo mediante el método lógico-analítico tradicional de Occidente. Para estar seguros de que los inconversos demonizados quedarán libres de sus demonios, es posible que tenga que realizarse una<|>evangelización de choque de poder.

Ya he dado ejemplos en los que así sucedió. En algunos casos los individuos tenían dificultad para creer en Cristo si no era mediante el choque de poder. Los demonios se manifestaron a plenitud mientras intentábamos llevarlos al Señor.15 Esto ocurrirá por lo general con inconversos gravemente demonizados. Aunque el choque de poder inicial fue decisivo, no resultó completo. Todos tuvieron que pasar por una liberación progresiva después de su conversión. También sucederá así casi siempre con la demonización grave, al menos durante un período de tiempo, hasta que se pueda enseñar al recién convertido a autoliberarse mediante el choque de verdad. Para todos aquellos que toman parte en la evangelización de poder continuada persona a persona, estos casos no son tan raros como algunos quisieran hacernos creer. Y lo mismo ocurre con la evangelización en grupo (Hechos 8).

13 13. Vine, 3:185 y 186.
14 14. Conrad Murrell, Practical Demonology: Tactics for Demon Warfare , Saber Publications, 71407, Bentley, PA, 1974, p. 63.
Murphy, Edward F.: Manual De Guerra Espiritual. electronic ed. Nashville : Editorial Caribe, 2000, c1994
15 15. Aunque esta clase de choque de poder ocurrirá a menudo con inconversos gravemente demonizados, por lo general puede interrumpirse. Este es el procedimiento que sigo en la actualidad. Se hace callar a los demonios; se les prohíbe manifestarse e incluso obstaculizar el proceso de pensamiento de la persona no salva. Es nuestra autoridad en Cristo la que los pone bajo control; aunque estamos de acuerdo en que con algunos individuos este procedimiento no funciona o lo hace sólo a duras penas. Sin embargo, el objetivo inmediato es siempre el mismo, tanto en el caso de no creyentes como de creyentes: mantener siempre que sea posible a la persona a quien aconsejamos completamente lúcida y con el dominio de su mente. (Véase el excelente bosquejo que hace Neil Anderson de este procedimiento en Released from Bondage [ Here’s Life Publishers, San Bernardino, CA, 1991b], pp. 183–247.) Así el choque de poder se convierte en un «choque de verdad», término que aprendí de Neil Anderson. Incluso los choques de poder son realmente choques de verdad, ya que es en el poder de la verdad de Dios obrando a través de nuestra vida (y en el caso de los creyentes demonizados también a través de la suya) en lo que confiamos para someter a los poderes demoníacos.


La segunda explicación es que los creyentes llegan a estar demonizados después de su conversión debido a pecados graves que cometen o son cometidos contra ellos. Satanás y sus malos espíritus, como el pecado personificado, son los peores enemigos del creyente y viven para extender el pecado entre el pueblo de Dios. Se asocian con áreas de pecado en la vida de los cristianos y se esfuerzan de continuo por aumentar su control sobre ellas (Efesios 4.7). No obstante ese control es siempre parcial, por lo tanto los creyentes demonizados son capaces y responsables de rebelarse contra los espíritus malos ligados a sus vidas. Uno de los propósitos del consejo previo a la liberación es guiar a los creyentes a que confiesen y rechacen los pecados que hay en sus vidas, así como que renuncien a Satanás y a todos sus poderes demoníacos.

En general la afección demoníaca de los creyentes demonizados es leve y la mayoría son capaces de llevar una vida normal. Casi siempre se dan cuenta de que algo les pasa, aunque pocas veces sospechan que pueda tratarse de una demonización. Muchos son cristianos sinceros y llenos del Espíritu Santo que están atados por inexplicables temores, confusión, emociones incontrolables y demás fenómenos perturbadores.

Con frecuencia hay ciertos pecados que dominan sus vidas, ya sea mediante una manifestación abierta de actividad pecaminosa o en el terreno de los pensamientos. Están atados por sueños perversos e impías fantasías. Aunque todos los creyentes tienen este problema de vez en cuando, para los cristianos a quienes nos referimos supone una pesadilla viviente. Luchan con lo que llamo el continuo pecado. Sus mentes son un campo de batalla contra los malos pensamientos que, como cristianos piadosos, aborrecen.

Siguiendo este continuo pecado (véase la Fig. 17.1) vemos que los malos pensamientos pueden venir de cualquiera de las tres fuentes de energía pecaminosa o de todas ellas a la vez. Los creyentes afligidos muchas veces fluctúan entre el rechazo de esos pensamientos, practicando Filipenses 4.8, y la subyugación por parte de los mismos. De cualquier forma tienen que elegir entre aceptar o rechazar esos pensamientos pecaminosos.

Si tales creyentes no aprenden a obtener la victoria en la guerra por su vida mental, comenzarán a formarse malos hábitos de imaginación y fantasía, los cuales, a su vez, conducirán a una pérdida del control sobre dicha vida mental. Después de cierto tiempo, la pérdida del control sobre el pensamiento conduce inevitablemente a la esclavitud de las malas fantasías y éstas, a corto plazo, a las malas acciones. El fin puede ser un control casi total por parte de ciertas formas compulsivas de pecado. ¡Sólo Dios sabe cuántos creyentes son esclavos de malos hábitos!

Casi la totalidad de los creyentes afligidos por demonios pelean en cuatro áreas primarias de pecado. Aunque estas áreas pueden existir sin que haya demonización, siempre implican cierto grado de actividad demoníaca: hostigamiento o asociación. Ellas son:
1.      Prácticas o fantasías sexuales ilícitas fuera de control.
2.      Ira, amargura, odio, rabia y rebelión muy arraigadas, que a menudo dan como resultado impulsos destructivos, autodestructivos o ambos.
3.      Una sensación de rechazo, culpabilidad, falta de autoestima, indignidad y vergüenza.
4.      Una extraña atracción por el ocultismo y el mundo de los espíritus, con frecuencia, pero no siempre, acompañada de un deseo de poder ilícito sobre las circunstancias o las demás personas.

Por fortuna, la mayoría de los creyentes demonizados no precisan dramáticas, espectaculares, individuales ni prolongadas sesiones de liberación con choque de poder. Por lo general sólo tienen necesidad de que se les haga pasar por lo que Neil Anderson llama correctamente un «choque de verdad» y que esboza en sus «Siete pasos para la libertad en Cristo».16 Este choque de verdad puede ser ministrado por cualquier creyente lleno del Espíritu Santo y no se necesita por lo general ministros o consejeros profesionales de liberación. Es algo que forma parte de la autoridad del cristiano por su unión con Cristo.


Los creyentes tenemos al menos tres niveles de protección que nos rodean: el misterioso cerco divino del cual se queja el diablo en Job 1 y 2; los maravillosos ángeles de Dios que ministran de continuo a nuestras necesidades (Salmo 34.7; 91.11–13; Hebreos 1.14); y el escudo de la fe de Efesios 6.16. Si se utiliza de manera adecuada, este último nos protegerá de «todos los dardos de fuego del maligno».

Los dardos de fuego en cuestión, que aquí limitaré a la estimulación directa o tentación al pecado, se nos lanzan continuamente y cada vez con más fuerza. Si somos creyentes saludables, en lo emocional y lo espiritual, desviaremos esas flechas. Al mismo tiempo debemos admitir que, sometidos a algunos ataques severos, casi somos derribados, especialmente si tenemos un «mal día».

Por la gracia de nuestro amante Señor podemos volver a ponernos en pie y seguir luchando. Para ello esgrimimos la espada del Espíritu, practicamos «toda oración», somos restaurados y el enemigo se retira. Sin embargo, volverá más tarde y todo el proceso se repetirá.

16 16. Anderson, pp. 229s. Los que deseen ejemplares separados de «Steps to Freedom in Christ» (Pasos para la libertad en Cristo) pueden obtenerlos escribiendo al Dr. Neil Anderson, Freedom in Christ Ministries, 491 E. Lambert Road, La Habra, CA 90631, Estados Unidos.
Murphy, Edward F.: Manual De Guerra Espiritual. electronic ed. Nashville : Editorial Caribe, 2000, c1994


Cuando nos atacan esas tentaciones y somos provocados por los pecados en cuestión, podemos correr peligro. Aunque al principio no haya por lo general un cambio inmediato, si seguimos comprometiéndonos no tardaremos en tener dificultades. Cuando forcejeamos con relaciones interpersonales somos arrastrados hacia unos pecados específicos; sin embargo, en un primer momento el mundo espiritual parece estar inactivo. Al principio no sentimos ninguna actividad demoníaca en nuestra vida, sino sólo contra nuestra vida y eso supone una enorme diferencia.

Si se persiste en el pecado, el muro de protección que rodea al creyente se debilitará y luego se agrietará. Cuando esto sucede, según Pablo, podemos dar al diablo una base de operaciones en nuestra vida (Efesios 4.27). A los demonios no les resulta fácil entrar en la vida de un creyente, pero a menudo consiguen acceder a ella en algún momento.

El primer demonio que logre introducirse en la vida de un cristiano trabajará para abrir la puerta a otros. Desde dentro tienen acceso a la mente, a las emociones e incluso a la voluntad de los creyentes. Su propósito es dañarlos lo suficiente como para marginarlos en cuanto a su vida y ministerio cristianos, lo cual se consigue mejor desde dentro de la persona.

Si el cristiano se arrepiente y se enfrenta a los demonios, muchos, quizás todos, serán expulsados (Santiago 4.7, 8). En caso contrario se quedarán allí, a veces escondidos durante años. Poco a poco empezarán a afectar determinadas áreas sensibles de la vida del creyente, penetrando cada vez más, hasta llegar al mismo centro de la personalidad de éste, sin que se sospeche siquiera su presencia. El cristiano necesitará ayuda para emprender el camino hacia la liberación del poder de los demonios. Esta es la clase de creyentes a los que dedico tanto tiempo.

Puesto que estas cuestiones no se tratan en detalle en la Escritura, la descripción anterior procede de la experiencia acumulada por aquellos que están dispuestos a ministrar a los creyentes afligidos por demonios, incluyendo la mía.

Ha llegado el momento de examinar las puertas de pecado más corrientes por las cuales los demonios consiguen entrar en las vidas humanas.


Seis áreas de pecado y la demonización de los creyentes
Bajo condiciones poco habituales de pecado, los verdaderos creyentes pueden llegar a estar demonizados. ¿Cuáles son las áreas principales e identificables de pecado que en ocasiones producen esta situación? Menciono seis con cierto sentido del orden en el que suceden, comenzando incluso antes de la cuna y continuando hasta la edad adulta. Esas áreas son: el pecado generacional; el abuso infantil; los pecados sociales tales como la ira, el resentimiento, la rabia, el rechazo y la rebeldía; el pecado sexual; las maldiciones procedentes del mundo espiritual; y las prácticas ocultas.

Estas áreas de pecado no conducen automáticamente a la demonización y cuando lo hacen puede variar desde leve hasta grave. De igual manera, la liberación varía desde que es instantánea, por ejemplo, cuando uno queda libre por completo en el momento de la conversión, hasta otra que se prolonga. En este último caso, la víctima puede precisar de la práctica de la autoliberación (guerra espiritual enfocada a derribar las fortalezas demoníacas en la propia vida) durante cierto período de tiempo o tal vez tenga que buscar ayuda de otros creyentes para llevar a cabo una liberación completa.
EL PECADO GENERACIONAL
Pecado generacional es aquel que pasa de padres a hijos. Se conoce por otros nombres tales como pecado trasmitido, hereditario o familiar. En algunos casos los demonios parecen identificarse con el linaje, lo cual produce su transmisión de padres a hijos, su carácter hereditario y la demonización generacional en potencia.

Que sepa, la Escritura no da ninguna enseñanza ni ejemplos claros ni definidos acerca de la transmisión demoníaca. Lo que sí ofrece es advertencias divinas en cuanto a las consecuencias desastrosas que pueden tener los pecados de los padres sobre sus hijos. El contexto en que se dan dichas advertencias es muy claro: ciertos cabezas de familia, por lo general varones, se han rebelado contra Dios y Él dice que le aborrecen (Éxodo 20.5). Esto implica un abandono deliberado del Señor y, por lo general, si no siempre, el servir a otros dioses; negando a Yahvé el amor y la obediencia que su señorío único y absoluto exige (Éxodo 20.5, 6; Deuteronomio 5.9b, 10; 18.9–14). El ministerio a personas afligidas por demonios que han sido trasmitidos a través del linaje familiar siempre corrobora este punto.

En la mencionada rebelión, la figura de autoridad se aparta de Dios para servir a otros dioses, a Satanás o a los espíritus, y para cometer grandes perversidades. Con frecuencia tales personas consagran a los dioses, al diablo o al mal su familia y las futuras generaciones.

Los jefes de familia judíos sabían que lo que hacían afectaba a sus descendientes durante generaciones enteras. Dios se lo había dicho; y en momentos de crisis se pusieron delante del Señor y confesaron los pecados de sus familias, e incluso de su nación. Hay ejemplos excelentes de esto en Nehemías 1.4–9; Jeremías 14.20 y Daniel 9.1–19.1 Los israelitas comprendían que los pecados de los padres podían afectar a las generaciones futuras. El principio implicado es que el pecado familiar, o el juicio por ese pecado, corren a través del linaje, influyendo en generaciones posteriores que no tuvieron nada que ver con el mismo.

Esta maldición generacional puede ser rota por miembros de la familia que se identifiquen con los pecados de sus padres o por dirigentes nacionales que hagan lo propio con los de su país, tanto antes como después de la cuarta generación. Eso fue lo que hicieron Nehemías (Nehemías 1.4–9), Jeremías (Jeremías 14.20) y Daniel (Daniel 9.1–21).
Los judíos ya interpretaban así esta advertencia en la época del reino dividido (Jeremías 31.27–30; Lamentaciones 5.7; Ezequiel 18.1–20). El enfoque negativo de los profetas en cuanto a esta «ley del mal hereditario»2 no iba dirigido a impugnar tal realidad sino a corregir sus abusos. Uno de ellos, dice Plumtre, era que «los hombres encontraban en ella una explicación para sus sufrimientos que les aliviaba la conciencia. Estaban sufriendo, según ellos, por los pecados de sus padres y no por los suyos propios».3

William H. Brownlee arroja más luz sobre el asunto con las siguientes palabras:4
Ezequiel objeta[ … ] al uso perverso mediante el cual uno deducía que si las generaciones pasadas habían sido tan malvadas como afirmaba el profeta (Ezequiel 2.3, capítulos 16, 20 y 23), de nada valdría arrepentirse para evitar el juicio que anunciaba. En efecto, están diciendo: «¿Para qué sirve el arrepentimiento si nuestra suerte ha sido ya sellada por los pecados de nuestros padres?» Contra esto dirige Ezequiel una larga diatriba.
Plumtre declara el respaldo de la Escritura a «la ley de las tendencias y los castigos hereditarios que recaen, no sobre los culpables originales, sino sobre sus hijos, y de la responsabilidad individual».5

En vista de este principio bíblico de la ley del mal hereditario, no parece improbable la trasmisión o herencia de demonios. La posibilidad más obvia de ello sería la de los padres implicados en el ocultismo que se rebelan contra Dios y se unen a los «no dioses» del mundo espiritual. Por lo general, tales personas no se consagran sólo ellas mismas a los espíritus, sino que hacen lo propio con su progenie. Los estudios sobre las religiones no cristianas y el ocultismo revelan que esta trasmisión es cierta.6

Por último, la experiencia de la mayoría de los creyentes que están comprometidos en un ministerio de liberación, si no de todos, demostraría que este aspecto de la demonización es una clara realidad. De modo que resulta prudente confesar los pecados de nuestro linaje (Nehemías 1.4–9; Jeremías 14.20) y destruir así cualquier transmisión demoníaca potencial en las vidas de todos aquellos nuevos convertidos que proceden de familias no cristianas. Esto se aplicaría en especial a la vida de cualquier creyente cuya familia haya practicado alguna forma de ocultismo, pertenecido a una religión no cristiana o estado involucrada en formas extremas de pecado moral.

Aconsejo incluso a los padres adoptivos, sin asustarlos, que hagan pasar a sus hijos por una sesión de liberación. En algunos casos de demonización grave desde la cuna, los demonios han declarado su presencia en el linaje familiar a veces durante siglos. No hay razón alguna para dudar de sus afirmaciones. Esto da a los espíritus malos un sentido de propiedad sobre el linaje en cuestión. Aunque para los occidentales sea algo difícil de aceptar, se trata de una realidad que hay que tener en cuenta. Una vez roto ese derecho de propiedad por algún miembro arrepentido de la familia, la maldición del pecado generacional acaba.7

2 2. Rev. E. H. Plumtre, Jeremiah, en Charles John Ellicott, A Bible Commentary for English Readers , Cassell and Company, Nueva York, 5:107 y 108.
3 3. Plumtre, pp. 107 y 108.
4 4. William H. Brownlee, Ezequiel 1–19, WBC, Word, Waco, Texas, 1986, pp. 282, 283.
5 5. Plumtre, pp. 107 y 108.
6 6. Véase Merrill F. Unger, Demons in the World Today , Tyndale, Wheaton, IL, 1971, pp. 82 y 83, 177 y 178, 192; Merrill F. Unger, What Demons Can Do to Saints , Moody, Chicago, 1977, pp. 135–139, 142–144, 155, 165, 178 y 179.

EL ABUSO INFANTIL
La víctima del abuso infantil se convierte en víctima del pecado de otros, por lo general figuras de autoridad en las que confiaba, bien en la infancia o en la adolescencia. A causa de lo extendida que está esta dimensión del mal en nuestros días, necesita una consideración especial.

El abuso infantil es una de las peores perversidades que se están perpetuando hoy en día en los Estados Unidos a través de poderosos principados y potestades malignos. Tiene que ver con esa parte de la raza humana tan querida por Dios que son los niños. Las palabras que habló Jesús sobre la relación entre el Padre celestial y los pequeños no se dijeron de ninguna otra unidad social humana (Mateo 18.1–10; 19.13–15). Y ya que Satanás aborrece a Dios, se concentra sobre todo en aquellos a quienes Él más ama: nuestros hijos. Es tan simple como eso.

Los niños son los seres humanos más vulnerables e indefensos de todos; no pueden protegerse a sí mismos de la maldad humana y sobrenatural como los adultos. Nosotros, los mayores, somos su principal protección. Como consecuencia de esto los pequeños están muy expuestos a la demonización (Mateo 15; Marcos 9; Hechos 16).

Luego esos niños se hacen adultos y se convierten en padres y abuelos; los adultos lastimados y demonizados tienden a criar hijos y nietos semejantes a ellos. La manera más estratégica para destruir a la humanidad es destruyendo a sus hijos; y el mayor bien que puede hacerse a la raza humana es el de proteger y sanar a sus pequeños heridos.

Los abusos que sufren los niños hoy en día pertenecen por lo general a cuatro categorías amplias pero interrelacionadas.




Cuatro clases de abuso Cuatro reacciones negativas comunes
Abuso sexual Vergüenza extrema y problemas sexuales. También se dan el miedo y la ira.
Abuso físico Rabia excesiva y problemas en las relaciones interpersonales.
Abuso sicológico Autoimagen muy negativa y espíritu de rechazo. Siempre produce ira.
Abuso religioso Confusión extrema en cuanto a Dios y la fe cristiana; incapacidad de confiar en Él y en su Hijo.


Las reacciones negativas enumeradas no son exhaustivas. La ira, el resentimiento, la rabia y los problemas en las relaciones interpersonales acompañan casi siempre a cada una de estas cuatro clases de abuso.

El peor tipo posible de abuso infantil que existe hoy en día es el abuso ritual satánico (ARS), una combinación de las cuatro formas antes mencionadas. Se trata de un abuso religioso ejecutado en el niño para causarle un dolor indecible. Es un abuso físico relacionado con el abuso sexual, a menudo constituido por violaciones o perversiones de todo tipo imaginable e inimaginable. Su resultado es un daño sicológico de la peor clase. El niño en desarrollo queda reprogramado mediante esta perversidad extrema para comportarse de manera disfuncional como joven y como adulto. Con frecuencia este abuso escinde la personalidad del niño, produciendo su disociación y dando como resultado los desórdenes múltiples de personalidad (DMP). La investigación revela que el setenta y cinco por ciento o más de los casos de DMP han sido consecuencia del ARS y de otras formas extremas de abuso sexual infantil.

Jay, un estudiante de la Universidad Cristiana de San José, estaba consagrado a Cristo y quería ser pastor. Al mismo tiempo era un hombre con problemas obvios: ruidoso, alborotador, discutidor y colérico. Tenía fama de perturbador entre los profesores.

Mientras enseñaba de las misiones en el libro de Hechos, Jay cobró vida en la clase. Le emocionaban las misiones, el Señor y la gente. Pronto estuvimos hablando de Satanás y de sus ataques contra el pueblo de Dios en los Hechos de los Apóstoles y también tratamos de los demonios. Cierto día, Jay vino a verme después de la clase y me dijo:

«Doctor Murphy, amo al Señor, pero soy una persona difícil de tratar. Tengo dificultad para congeniar conmigo mismo. ¿Qué me pasa? ¿Podría estar demonizado?»

Jay había sido abandonado por su padre y su madre, y recogido cuando tenía tres años por unos tíos que eran borrachos y que peleaban a menudo. Cuando esto sucedía rompían los muebles y destrozaban la casa. Siendo un niñito, Jay tenía que esconderse para evitar que también le pegasen a él, pero no siempre lograba escapar a su rabia y a sus riñas de borrachos.

Su tía era la peor: le pegaba tan a menudo que el niño tenía todo el cuerpo lleno de moretones. Un día le apaleó sin piedad y Jay se encontró sin sitio donde esconderse, adonde ir ni quien le protegiera.
«Salí corriendo a la calle, doctor Murphy», me dijo. «Lloraba y gritaba, lleno de odio hacia mi tía, mi tío y hacia todo el mundo, en especial hacia Dios. ¿Dónde estaba Él? Se suponía que era el protector de los niños, pero a mí no me había protegido. Me había dado una mala madre y un mal padre, y también una tía y un tío malos. De modo que era un Dios malo, si es que existía.

»Levanté mis puños al cielo —siguió diciendo Jay— y grité mi odio contra Dios; enseguida clamé al diablo, si es que era real. Le pedí que castigara a mis tíos, que tomara mi vida. Yo era suyo, puesto que Dios me había abandonado.

»Algo terrible sucedió de repente, doctor Murphy. Una nube negra me rodeó. Podía casi verla y sentirla. Me cubrió por completo y desde entonces jamás se ha disipado. He vivido hasta hoy en esa nube oscura. Aunque se fue en parte cuando acepté a Jesús como Salvador y Señor, no desapareció del todo. Todavía me envuelve. ¿Podría tratarse de demonios?»

Tuve que suponer que así era, pero decidí no perseguir esa «nube». Ayudé a Jay a hacerlo y con el tiempo quedó totalmente libre por medio de la autoliberación.

IRA, RESENTIMIENTO, RABIA, RECHAZO Y REBELDÍA
Estos pecados son en general el resultado del daño o del supuesto daño causado en la niñez o la adolescencia y se extienden hasta la edad adulta. Aunque el pecado reaccionario (véase la Fig. 24.1) surge debido al mal, o supuesto mal, infligido a un individuo, puede por sí mismo abrir la puerta a los espíritus malos. La mayoría de los demonios de ira, resentimiento, rabia, rechazo y rebeldía entran después de que el abuso contra la víctima deja paso a la ira o la rabia por lo que sucede.

Antes conté la historia de la joven que estaba llena de resentimiento contra sus abuelos y padres. Presenté su amargura y sus problemas sexuales sólo desde la perspectiva de la carne. No mencioné que también estaba muy demonizada. Me había llamado debido a los problemas que tenía con su pequeño de alrededor de un año de edad. Estaba segura de que las dificultades de su hijo eran de origen demoníaco. El niño sufría de terrores nocturnos y aunque éstos, como es natural, no son necesariamente causados por espíritus malos, en el caso de su hijo la mujer estaba convencida de que había demonios implicados; ya que los juguetes del pequeño eran lanzados de modo misterioso por toda la habitación cada vez que sufría los mencionados terrores, más de una vez por semana.

Siempre indago con cuidado la vida de los padres cristianos que tienen posibles problemas demoníacos con sus hijos. Una cantidad bastante grande de las dificultades de los creyentes con demonios tienen que ver con sus familias. La transmisión demoníaca, el abuso infantil y una vida de hogar disfuncional se cuentan entre las causas más frecuentes de la vinculación de los demonios a la vida de los niños.

En este caso no tuve que hacer ninguna indagación. En cierto momento de la charla, después de contarme el prolongado abuso sexual a que había sido sometida por su abuelo, la mujer comenzó a hablar de sus fantasías eróticas personales.

«Doctor Murphy», expresó, «quiero mucho a mi marido. Tenemos una buena relación sexual, pero sobre mí vienen a menudo extraños impulsos eróticos. Siento que me gustaría salir a la calle y escoger a algún hombre guapo y sexy con el cual irme a un motel y mantener relaciones sexuales. ¿De dónde vienen esas fantasías? Las odio, pero sigo experimentándolas una y otra vez».

A medida que continuaba la sesión empecé a sospechar que aquella encantadora y joven madre era atormentada tanto por demonios sexuales como por espíritus de resentimiento e ira. Sin embargo no le dije nada al respecto. Tengo por método jamás inferir que el problema de una persona es demoníaco hasta que entro en contacto con los demonios en su vida; no obstante, la sospecha sí que afecta a mi manera de orar con ella.
Al dirigirla en la oración hice lo que a veces se llama una afirmación de fe y plegaria doctrinal (véase el Apéndice A), y seguí orando de esta manera con los ojos abiertos después de pedir a Mary Ann que los cerrara. De repente dio muestras de inquietud y comenzó a mecerse de un lado de la silla para otro mientras respiraba de manera anormal. Sus manos se movían y retorcían, la cara se le deformó y se hizo repugnante. Empecé a prepararme para una posible interrupción demoníaca; sin embargo no estaba del todo listo para el grito desgarrador que surgió de lo profundo de aquella pequeña mujer, ni para la voz áspera que protestó contra mí.

«¡T-t-te … ooodio … !»
De inmediato silencié al indignado demonio.
Mary Ann se quedó sobrecogida por lo que acababa de salir de su boca.
No se imaginaba que pudiera tener un problema de demonios. Durante el transcurso de unas pocas sesiones de consejo, tanto ella como su hijo fueron liberados.

El pastor a quien había invitado para que la ministrara conmigo siguió haciéndolo durante cierto tiempo. Más tarde descubrió que su marido, un sicólogo, estaba igualmente demonizado. Este también quedó libre y en la actualidad ambos forman parte del equipo de liberación de la iglesia del citado pastor.

Mary Ann estaba gravemente demonizada por muchos demonios sexuales asociados con el abuso de que había sido víctima en su infancia por parte de su abuelo. Un grupo aun mayor de demonios sociales (ira, rabia, rebeldía, rechazo y resentimiento) eran los más importantes, con el resentimiento a la cabeza.

LOS PECADOS SEXUALES
La cuarta puerta habitual de pecado para una participación de los demonios en la vida de los creyentes es el pecado sexual, así como las disfunciones de todo tipo en ese terreno. En una amplia mayoría de casos de demonización grave en cristianos adultos hay presentes demonios sexuales. Para ello quiero sugerir algunas razones:

1. La sexualidad ocupa un lugar importante en la vida humana y refleja de manera singular la imagen de Dios en el hombre. Dios, como ser perfecto posee todas las cualidades sublimes de la masculinidad y la feminidad en su misma persona. Aunque el Señor no es sexual, ha creado esas cualidades únicas del hombre y de la mujer; por tanto ninguno de ellos es plenamente humano sin el otro. La perturbación de la sexualidad trastorna a la persona completa; los demonios reconocen este hecho y lo explotan para el mal.

2. Cuando las personas quedan sexualmente incapacitadas, todo su ser es dañado. Puede causarse más daño a la humanidad envileciendo su sexualidad que mediante ningún otro factor, a excepción del espiritual. Por tanto, la forma más destructiva de abuso infantil no es el físico, sino el físico-sexual. Si a éste último se le añade una dimensión religiosa (ARS), el abuso sexual se hace todavía más destructivo.

3. El sexo es uno de los instintos más poderosos en la vida. Los hombres y las mujeres tienen en este punto algunas de sus luchas más feroces. La sexualidad desbocada conduce a algunos de los problemas personales y sociales más graves a los que se enfrenta la humanidad. El SIDA y el aborto son causados más que todo por el abuso de la sexualidad; como también la prostitución, la violación, el incesto, la homosexualidad y una gama inimaginable de perversiones sexuales que practica la raza humana.

4. Los demonios del abuso y la perversión sexual flotan en el aire, por así decirlo, en todas partes, y se cuentan entre los más activos, sutiles y depravados de todos los espíritus malos.

Un indio amigo mío, el Hermano Silas, trabaja eficazmente fundando iglesias en los pueblos del norte de la India, y en cierta ocasión el joven pastor de una de ellas, situada en determinada aldea hindú, le invitó a visitarla. El hombre estaba también ansioso porque Silas hablara con su joven esposa, la cual se había estado comportando de un modo extraño en los últimos tiempos. La mujer ni siquiera quería ir a la iglesia con su marido.

Después de predicar en la iglesia un domingo por la mañana, Silas fue a la pequeña casa de barro con techumbre de paja del pastor. La esposa de éste no había asistido al culto aquella mañana y cuando Silas se acercó a la casa, ella se encontraba dentro. Incluso antes de que mi amigo estuviera a la vista, la joven esposa profirió: «El Hermano Silas ha venido a verme; tengo que salir a encontrarlo».

Llegó afuera en el momento en que Silas entraba en la propiedad y mientras corría hacia él fue despojándose de sus ropas. Cuando estuvo frente a mi amigo se hallaba desnuda. Silas supo con exactitud lo que sucedía y en seguida ató a los demonios poniéndolos bajo su control. Al volver en sí, la joven se quedó horrorizada de verse desnuda. No se había dado cuenta de lo que acababa de hacer.

Aconsejándola, Silas descubrió que pocas semanas antes, un domingo por la mañana cuando se había quedado sola en casa en vez de ir a la iglesia, cierto joven sacerdote hindú se presentó a su puerta, la sedujo y en el acto los demonios sexuales entraron en su cuerpo. Aunque más tarde la mujer se había arrepentido, todavía se veía turbada por fantasías eróticas. Con la ayuda del Hermano Silas, fue liberada.

LAS MALDICIONES EN EL MUNDO ESPIRITUAL
Las maldiciones son un rompecabezas para la mente occidental. Pensamos en una maldición como en la expresión de ira o disgusto sin poder inherente para infligir daño. ¿Son sólo eso las maldiciones?

La Biblia empieza y termina con maldiciones. Dios pronuncia la primera serie contra Satanás y la tierra (Génesis 3.14, 15, 17–19), y la última referencia a la maldición proclama el fin de ésta (Apocalipsis 22.3). En otras palabras: para la humanidad no existe escapatoria de la maldición y las maldiciones hasta que hallan llegado los nuevos cielos y la nueva tierra, y los santos sean glorificados con nuestro Señor en el reino eterno.

Las maldiciones vienen de cuatro fuentes posible:

Dios,
los siervos de Dios,
el mundo espiritual y
los servidores humanos de Satanás.

Estas cuatro fuentes liberan energía espiritual hacia la persona o el objeto maldito.

La maldición es de manera fundamental un concepto veterotestamentario que obtiene su significado de la cosmovisión del Antiguo Testamento. Las maldiciones no se utilizan allí con la idea occidental de proferir juramentos o decir palabras soeces. En el Antiguo Testamento maldecir es un concepto de poder destinado a liberar una fuerza espiritual negativa contra el objeto, la persona o el lugar maldito. Esto es cierto incluso cuando Dios maldice. En realidad, la mayoría de las maldiciones de la Escritura se atribuyen a Dios o a sus siervos actuando conforme a la voluntad divina. Es el Señor quien libera su poder de juicio. Por eso lo llamo fuerza espiritual negativa aun cuando sea Dios quien la activa.

Tan prominente es esta actividad de Dios de pronunciar maldiciones que resulta difícil exagerarla. De los 202 contextos de maldición que hay en la Biblia, son Dios o sus siervos quienes la emiten 143 veces. Se dedican capítulos enteros a enumerar las maldiciones que el pecado trae sobre el pueblo del Señor (Deuteronomio 27–31); y uno de los temas más destacados es el de las maldiciones frente a las bendiciones, el cual también ocupa capítulos completos (Deuteronomio 28–30; Números 22–24).

Tan precioso es para Dios su pueblo que tres veces declara que maldecirá al que lo maldiga. Y también expresa: «Benditos los que te bendijeren, y malditos los que te maldijeren» (Números 24.9).

Es peligroso maldecir a otra persona. Sólo un profeta guiado por Dios de manera directa puede hacerlo debidamente. Dos veces, dice el Señor, debería ser maldito el que maldice a otro. Treinta y una veces se advierte contra tales maldiciones. En su excelente libro Possessing the Gates of the Enemy [Posea las puertas del enemigo], Cindy Jacobs critica la práctica de los creyentes que pronuncian maldiciones sobre los inconversos; especialmente sobre aquellos que resisten a la verdad. (Su sección sobre lo que ella llama las oraciones del «caigan ellos muertos» es magnífica.) Jacobs dice sabiamente: «Lo que quiero destacar, sin embargo, es que mientras no reprendamos a Satanás por controlar a las personas no debemos maldecirlas. Tenemos que clamar al Señor y dejar que decida cuál ha de ser el juicio».8

También Satanás comprende el concepto de poder de las maldiciones. Dos veces le dijo a Dios que en realidad Job no le amaba sin algún motivo particular: «Quita tu mano de su vida», expresó el diablo. «Déjamelo a mí y te maldecirá en la cara» (Job 1.11; 2.5). No pasó mucho tiempo antes de que la orden de maldecir a Dios llegara a los oídos del santo. Y, tristemente, fue su mujer quien se convirtió en la voz acusadora de Satanás para ese fin: «Maldice a Dios», le dijo, «y muérete» (Job 2.9).

Bajo la Ley, que se dio más tarde, una persona que maldecía a Dios debía ser ejecutada. El Antiguo Testamento también nos advierte contra el maldecir a los príncipes y registra algunas ocasiones en las que dichos príncipes fueron maldecidos por hombres airados. Simei maldijo a David y aunque éste lo permitió entonces, durante el momento de su humillación, después ordenaría que fuese ejecutado (1 Reyes 2.8s).
T. Lewis y R. K. Harris nos informan que:
Cuando se pronuncia una maldición contra alguien no debemos entenderla como un mero deseo, aunque sea violento, de que el desastre alcance a la persona en cuestión; como tampoco hemos de interpretar que la «bendición» correspondiente trasmita sólo un deseo de que el individuo a quien se refiere obtenga la prosperidad. Se consideraba que las maldiciones poseían un poder inherente para ejecutarse ellas mismas[ … ] Tales maldiciones [y bendiciones] poseían el poder para su autorrealización.9

G. B. Funderburk dice: «En verdad la confirmación de la bendición pronunciada y la antítesis de la maldición en la historia bíblica temprana es asombrosa».10 Y luego cita los siguientes ejemplos:

1. Noé pronunció una maldición sobre Canaán y una bendición sobre Sem y Jafet (Génesis 9.25–27).
2. Isaac bendijo a sus hijos mellizos y pronunció una maldición sobre cualquiera que maldijese a Jacob (Génesis 27.27, 28).
3. Jacob bendijo a sus doce hijos, la serie de bendiciones paternas más detallada de toda la Escritura (Génesis 49.28).
4. El poder liberado tanto en la bendición como en la maldición era real. La maldición debía ser temida y la bendición codiciada.

La historia de Jacob y Esaú es buen ejemplo de esto. La búsqueda por parte de ambos de la bendición de su padre enfermo, Isaac, gira en torno a ese concepto de poder que es la bendición (Génesis 27.1s). También la trama engañosa de Rebeca para que Jacob robase a Esaú dicha bendición destinada al primogénito supone una maniobra relacionada con la cosmovisión.

Una maldición pronunciada o escrita en nombre de Dios por sus figuras de autoridad era considerada eficaz para traer el juicio divino sobre la persona, el lugar o la cosa maldita. Moisés puso delante de Israel «la bendición y la maldición» (Deuteronomio 30.1). Jeremías habló de la maldición sobre el desobediente Israel que había hecho que la tierra estuviese desierta (Jeremías 23.10).

¿Era válida esta cosmovisión o estaba Dios sólo acomodándose a la visión supersticiosa de las cosas que Israel tenía en común con sus vecinos paganos? Si aquí Dios se adapta a una peculiar pero incorrecta, ¿dónde deja de hacerlo? Todo el Antiguo Testamento se basa en esta cosmovisión en cuanto a su teología de la maldición y la bendición. Y también sucede lo mismo con el Nuevo Testamento.

Como dicen Lewis y Harrison, la realidad del concepto:
[ … ] desempeña un papel importante en la interpretación que hace Pablo de la maldición. A la luz de la Ley todos los hombres son culpables[ … ] El transgresor de la Ley está bajo maldición; su juicio ha sido pronunciado; escapar resulta imposible. Pero en la cruz Jesucristo acabó con esa maldición, «porque está escrito: Maldito todo el que es colgado en un madero» (Gálatas 3.10, 13); ya que una maldición que ha triunfado sobre su víctima es una fuerza gastada.11


9 9. Véase T. Lewis y R. K. Harrison, «Curse» en G. W. Bromiley, ed., ISBE , Eerdmans, Grand Rapids, MI, 1989–1991, 1:837 y 838.
10 10. G. B. Funderburk, «Curse» en Merrill C. Tenney, ed., ZPEB , Zondervan, Grand Rapids, MI, 1977) 1:1045 y 1046.
11 11. Lewis y Harrison, p. 838.


Jesús mismo maldijo a la higuera que no daba fruto (Marcos 11.12–14) como símbolo del juicio sobre su infructuoso pueblo.12 Y nos exhorta: «Bendecid a los que os maldicen, y orad por los que os calumnian» (Lucas 6.28). Pablo responde llevando esto todavía más lejos, y diciendo: «Bendecid a los que os persiguen, bendecid, y no maldigáis» (Romanos 12.14).

Esto es justo lo que Jesús hizo desde la cruz (Lucas 23.34). ¿Deberíamos nosotros hacer menos? De ahí el asombro de Santiago de que con la boca «bendecimos al Dios y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, que están hechos a la semejanza de Dios. De una misma boca proceden bendición y maldición. «Hermanos míos», dice, «esto no debe ser así» (Santiago 3.9, 10).

Muchos creyentes han sido víctimas de las maldiciones del enemigo pronunciadas por los obradores de milagros satánicos.
Tales maldiciones no son siempre eficaces, pero a veces sí lo son.
Por lo general, no implican demonización, pero en ocasiones sí.
No son siempre permitidas por Dios, pero a menudo las autoriza.
No tienen por lo general que ser identificadas como individuales, ni es necesario buscar protección contra ellas, pero con frecuencia sí hay que hacerlo.

Prosperan con la ignorancia y la altivez, pero son anuladas por el conocimiento y la humildad.
Son «elaboradas» con invocaciones a los espíritus y magia satánica para hacerlas más poderosas. Sólo pueden ser vencidas por el poder superior de Dios. Sin embargo, algunas veces no las vence automáticamente por nosotros. Hemos de entender el mundo de las maldiciones con poder espiritual y romperlas nosotros mismos. De ahí la importancia que tiene la oración de guerra espiritual en grupo.

Cierta misionera en África contrajo una extraña enfermedad y comenzó a perder peso a un ritmo alarmante. Los doctores estaban perplejos. La mujer aumentó su dieta, pero su cuerpo no asimilaba los nutrientes de la comida que ingería. Por último hubo de ser enviada de vuelta al Canadá para recibir tratamiento médico; pero dicho tratamiento no surtió efecto y la misionera siguió empeorando.

Entonces empezó a asistir a la iglesia que pastoreaban John White y Ron Blue, y con el tiempo Dios reveló que el origen de su problema no era físico sino espiritual. Durante un período de oración se descubrió que la mujer había sido objeto de una maldición. Cuando se rompió la misma, su cuerpo pudo funcionar con normalidad. Había sido sanada.13

12 12. Ibid. p. 839.
13 13. John White y Ron Blue, serie de cassetes sobre la guerra espiritual. No se cuenta con el título exacto ni las fechas.
Murphy, Edward F.: Manual De Guerra Espiritual. electronic ed. Nashville : Editorial Caribe, 2000, c1994

LAS PRÁCTICAS OCULTISTAS
Hay dos grandes clases de ocultismo con las que estamos en guerra: el ocultismo no cristiano y el cristiano. Un amplio sumario del ocultismo no cristiano demandaría muchas páginas de material, no obstante sólo mencionaré determinadas áreas que constituyen los puntos focales para la batalla de los creyentes, en particular en el mundo occidental:

1. El horóscopo y demás prácticas astrológicas.
2. El uso del tablero ouija y otros métodos semejantes para entrar en contacto directo con el mundo espiritual y utilizar su poder.
3. Los juegos de roles fantásticos que implican al mundo espiritual, tales como «Mazmorras y Dragones».
4. La aceptación y el uso de cualquier poder síquico obtenido antes de la conversión.
5. Cualquier intento de conseguir sanidades síquicas o espirituales.
6. Toda práctica de percepción extrasensorial, clarividencia, levitación, telequinesia, proyección astral, escritura automática y cosas similares. Aunque algunas de ellas pueden ser puro fraude, muchas inducen la actuación de espíritus malos.
7. Cualquier participación en sectas, sesiones de espiritismo, creencia en la reencarnación o intentos de comunicarse con los muertos.
8. Todas las religiones orientales y místicas, además de cualquier otra que no sea cristiana.
9. La música o los grupos de rock duro, ácido, punk u otras clases inmorales y destructivas. Muchos de estos grupos y estilos musicales son demoníacos y ocultistas.15
10. El movimiento de la Nueva Era. Dedico un capítulo posterior del presente libro a este avivamiento moderno del paganismo y las religiones orientales.

A continuación está lo que llamo la actividad ocultista «cristiana», que comprende la búsqueda o la aceptación de experiencias espirituales en un contexto «cristiano» sin examinar, desde la perspectiva de la Escritura (1 Juan 4.1), su verdadero origen y los motivos que inducen a buscarlas.

En un principio mencionaremos la base triple mínima para examinar las experiencias espirituales. Primero, el contenido doctrinal implicado, especialmente en lo relativo a la persona del Señor Jesucristo, debe soportar el escrutinio de la Palabra de Dios (1 Juan 4.1–11; 1 Corintios 12.3; Romanos 10.9). En segundo lugar, las verdaderas experiencias con el Espíritu Santo producen humildad en vez de orgullo. El creyente se ve atraído más cerca del Señor, aumentando la santidad de su vida y desarrollando obediencia a la Palabra (Gálatas 5.22, 23) así como amor y tolerancia hacia todos los cristianos (1 Juan 2–5). En tercer lugar, el cuerpo de Cristo es edificado (1 Corintios 12–14).

Uno no busca «arrastrar tras sí a los discípulos» (Hechos 20.30), sino hacer discípulos del Señor Jesús.

A este respecto son útiles algunos ejemplos de creyentes engañados espiritualmente y de espíritus engañadores (2 Corintios 11.3, 4; 12–15; Gálatas 1.8; 1 Timoteo 4.1; 2 Timoteo 3.13; 1 Juan 4.1–6). A continuación relato un ejemplo de mi propia experiencia.

En cierta ocasión me telefoneó una airada mujer llamada Audrey. Se había criado en un hogar piadoso y ahora estaba vinculada a una poderosa secta cristiana, que la había ganado mediante experiencias de poder con el mundo espiritual. Su piadosa tía le había rogado que me llamara y para complacerla así lo hizo. Habló sin interrupción durante media hora, sin darme ocasión de decir nada. Hasta que por fin expresé: «Por favor, Audrey, cállese. La he escuchado durante media hora y ahora quiero que me escuche usted. Le voy a dar algunos pasajes de la Escritura para que los lea. Prométame que los estudiará cada día y orará. Pídale al Espíritu Santo que le ayude a abrirse a la verdad que contienen. Luego llámeme de nuevo y volveremos a hablar».

Ella estuvo de acuerdo y pocos días después volvió a llamarme. La Palabra de Dios había sacudido su confianza en cuanto a la fuente de su experiencia espiritual y estaba intentando romper con la secta, pero le costaba mucho hacerlo. Unas voces interiores la amenazaban. La mujer tenía miedo y pedía ayuda.

Puesto que Audrey vivía en otra ciudad a cierta distancia, un amigo mío y yo pensamos que era mejor aconsejarla en su propia casa. Aquélla estaba llena de objetos y libros de ocultismo. Había tantas pinturas hindúes y de otras religiones orientales revistiendo las paredes de su piso que llenaron por completo la parte trasera de mi furgoneta cuando las transportamos hasta el basurero. Audrey, una mujer soltera de cuarenta y tantos años de edad había quedado atrapada en la filosofía de la Nueva Era y estaba ligada a una secta poderosa y extraña de personalidad religiosa.

Lo primero que hicimos fue explicarle el plan bíblico de salvación. Siendo creyente, Audrey se mostró muy dispuesta a colaborar y confirmó su fe en Jesús como Señor y Salvador, aunque estaba sufriendo mucho a manos de los espíritus que la atormentaban. Éstos la violaban casi a diario (se trataba de los terribles íncubos ya mencionados), mientras que otros perturbaban su sueño, la ponían nerviosa y la llenaban de miedo y ansiedad. De algunos de ellos temía que la mataran.

Comenzamos a ministrarle liberación y tuvimos bastante éxito. Sin embargo su caso era tan grave y complicado que sabíamos que habría de necesitar más consejo, por lo tanto le enseñamos acerca de la autoliberación.

Debido a mi ministerio itinerante pronto perdí el contacto personal con Audrey, aunque ella me escribía de vez en cuando. Casi un año después empecé a sentir de nuevo una profunda preocupación por ella. Me inquietaban sus últimas cartas y las cintas de casete que me había enviado. Se mostraba todavía confusa en cuanto a su caminar con Dios y me temía que su misticismo estuviera atrayendo otra vez a su vida a espíritus mentirosos.
Cuando OC International programó una conferencia misionera en el norte de California, decidí llevarme todas las cartas y cintas recientes de Audrey para poder discernir lo que estaba sucediendo en su vida. Cierta noche, en la conferencia, una señora pidió hablar conmigo y la coincidencia me asombró: ¡Era la tía de Audrey!

—He estado tanto tiempo fuera durante los meses pasado —le expliqué —que he perdido el contacto con Audrey. Aunque ella me ha escrito sin fallar, no he podido contestarla. Voy a volver a leer sus cartas, escuchar de nuevo las cintas y contestarla esta misma semana. Estoy convencido de que todavía hay algunos espíritus engañadores obrando en su vida».
—No tiene necesidad de hacerlo — dijo tristemente —Audrey ha muerto».
Aquello me dejó sin habla.
—¿Y como ha sucedido? —le pregunté.
—Ayunó hasta la muerte. Tiene usted razón, Audrey todavía estaba luchando por liberarse del todo de los demonios. Hace algunos meses me telefoneó y me dijo que el Señor le había mostrado que si ayunaba durante cuarenta días quedaría libre por completo de ellos.

»Le dije que no creía que aquello fuera de Dios y al fin abandonó la idea.
»No volví a saber de Audrey durante varias semanas. La llamaba pero no obtenía respuesta. La telefoneé al trabajo y me dijeron que no había ido por allí desde hacía algún tiempo. De manera que llamé a la policía y cuando forzaron la entrada de su apartamento la encontraron muerta. Había dejado una nota explicando que se trataba de una muerte autoinfligida mediante el ayuno. Deseaba morir para poder estar con el Señor y ser libre de sus sufrimientos».

¡Qué experiencia tan triste!
Para terminar este capítulo debo dar una palabra de advertencia sobre la participación en cualquier forma de actividad relacionada con el mundo espiritual que implique el uso de amuletos, e incluso la posesión de objetos físicos asociados con el mundo de los espíritus. Puesto que tales objetos fueron dedicados a ese mundo cuando se hicieron, a menudo hay espíritus malos asociados con ellos del mismo modo que los hay también vinculados con lugares y edificios que se dedicaron a su uso. Esto incluye pinturas, objetos de «arte», esculturas, imágenes, amuletos, fetiches, libros e incluso ciertas formas extremas de rock u otro tipo de música asociada con el mundo de los espíritus.

Un ejemplo de esto será suficiente. Se llama el «Regalo especial de Ding».16
Los blaanes son por tradición animistas y adoran a los espíritus que viven en los árboles, los ríos y las montañas. Su sistema de creencias incluye el uso de amuletos para protegerse de dichos espíritus. Simplemente uno de esos pequeños objetos escondido entre sus ropas o en sus hogares puede alcanzar el precio de un carabao o un revólver. El llegar a conocer a Cristo no libera necesariamente a los nuevos creyentes blaanes de su creencia tan arraigada en dichos amuletos, sino que más bien tratan de combinar ambas cosas produciéndose una lucha continua entre los dos mundos espirituales en vez de una victoriosa vida cristiana.

Hace dos años, Ding Rogue comprendió este problema y comenzó a confrontar a los creyentes que todavía se aferraban a su antigua forma de vida. Rogue, a veces, detiene un culto para decir: «Hay un mal espíritu aquí, hacia este lado. No tenéis derecho a traer amuletos a esta iglesia. Deberíais deshaceros de ellos». En otras ocasiones, puede señalar a la persona misma. «Es como si el Espíritu Santo me estuviese susurrando al oído: “Ese es”», expresa.

Como consecuencia de esto, los creyentes a menudo entregan sus amuletos para que sean quemados. Este gran acto de sacrificio y fe abre el camino para que el Espíritu de Dios obre en formas aun mayores en las vidas de los blaanes.

Lo mismo sucede en el mundo occidental. No podemos servir a dos señores y puesto que sólo el Señor es Dios, sigámoslo a Él. No necesitamos objetos de buena suerte, mágicos o espirituales para nuestra protección o provisión. Teniendo a Dios por Padre no precisamos de dioses ajenos.


Hacia la victoria personal. La expiación y la Sanidad del Alma
Los asuntos de guerra espiritual en la vida del creyente pueden ser la asociación de espíritus malos (demonización) o la aflicción demoníaca. Dios permite que todos experimentemos esta última, ya que, aunque dolorosa, es buena para nosotros. Como dijera el apóstol Pedro en un contexto diferente:
Puesto que Cristo ha padecido por nosotros en la carne, vosotros también armaos del mismo pensamiento; pues quien ha padecido en la carne, terminó con el pecado (1 Pedro 4.1, 2).
Mi enfoque principal de este capítulo consistirá en inclinar la enseñanza general que da Santiago sobre la guerra hacia la ayuda a los cristianos demonizados para que alcancen la libertad en Cristo.1 Creo que esto resultará útil en vista del fuerte énfasis que hemos puesto sobre la posible demonización de los cristianos mediante el pecado a lo largo de todo nuestro estudio.
No estoy afirmando que Santiago tuviera esto en mente cuando escribió tales palabras. Es probable que no fuera así, sino que estuviese asentando principios que se aplican a la guerra espiritual en su conjunto. Sin embargo, como maestro, puedo legítimamente inclinar las palabras de Jacobo hacia esta forma más seria de ataque demoníaco contra los creyentes, la que he denominado asociación demoníaca o demonización. Los principios que presento, no obstante, son aplicables a todas las formas de ataque satánico.
SANTIAGO 4.1–8
Nuestro estudio se basa en uno de los pasajes más completos que haya en la Escritura sobre la guerra espiritual. Aunque existen varias porciones destacadas en la Biblia acerca de este tema, Santiago 4 se ha convertido en el pasaje clave para mi ministerio de consejo.
Se trata del único pasaje que habla de las tres dimensiones del problema multidimensional del creyente con el pecado: la carne, el mundo y lo sobrenatural maligno. Y es la sola porción de la Biblia que nos hace recorrer de manera sucesiva las diferentes etapas hacia la victoria completa. Aunque el enfoque principal de este pasaje sea la guerra espiritual a la que se enfrentan los cristianos, con una ligera adaptación puede utilizarse asimismo para personas inconversas. Por último, es susceptible de ser empleado también en el caso de cualquier creyente, no sólo de aquellos que están demonizados, ya que contiene los principios fundamentales de consejo que se aplican a todos los cristianos que luchan en su vida espiritual.
El planteamiento «45-10-45» de liberación
Empezaremos examinando Santiago 4.1–8a desde la perspectiva de lo que llamo un procedimiento de consejería para liberación «45-10-45». Para que la liberación sea eficaz necesitamos pasar al menos el 45 por ciento del tiempo en consejo previo; otro 45 por ciento en consejo postliberación; y sólo un 10 por ciento en la liberación real. Este amplio procedimiento ha demostrado ser correcto y efectivo en la mayoría de los casos de consejería para liberación.
Utilizando el pasaje de Santiago 4, el 45 por ciento inicial, o consejo previo a la liberación, aparece en los versículos 1–6. El 10 por ciento, o proceso real de liberación, en el versículo 7. Y por último, el segundo 45 por ciento, o consejo postliberación, se aprecia en el versículo 8.
En cierto sentido, el consejo postliberación es la fase más importante de todo el proceso y a menudo supondrá una liberación continuada por varias razones:
1. A veces, en la liberación inicial y decisiva algunos demonios se las arreglan para permanecer enterrados en la personalidad de la víctima.
2. Otros espíritus malos pueden entrar por las puertas todavía entreabiertas de la vida de la víctima o aprovecharse de la debilidad de su personalidad aún sin fortalecer.
3. El creyente recién liberado está empezando a aprender la manera de andar en victoria y en obediencia al Espíritu Santo.
4. La sanidad del alma, el espíritu y los recuerdos lastimados es un proceso.2
5. El individuo se verá atacado con fuerza por el enemigo, quien intentará volver a controlar esa vida que acaba de perder a favor del Espíritu Santo.
6. Puede que el creyente tenga que volver a vivir en un ambiente hostil donde las fuerzas demoníacas se encuentran muy activas.
Todo lo anterior es normal en el caso de aquellos que han sido liberados de la demonización. No hay nada que temer: el creyente sincero, comprometido, que busca una vida santa en el poder del Espíritu, con el tiempo saldrá triunfante (1 Juan 4.4). Los ataques sólo sirven para fortalecer, y no debilitar, al cansado guerrero espiritual.
La lucha contra los pecados de la carne (vv. 1–3)
Las palabras de Santiago aquí constituirán un buen repaso de todo lo que hemos estudiado hasta ahora sobre la multidimensional guerra del creyente y no sólo de la que libra con el mundo espiritual. Santiago empieza por donde lo hace, en general, el pecado, por la carne. Dos veces se refiere Jacobo, de manera explícita o implícita, a las «pasiones, las cuales combaten en vuestros miembros» (vv. 1b, 3b). Tanto nosotros como la persona que recibe el consejo debemos examinar nuestra vida y tratar de identificar aquellas actividades de la carne en las tres áreas de conflicto. Hemos de confesar y rechazar dichas actividades, reclamar la limpieza de la sangre de Cristo y encomendarnos al señorío de Jesús y a su presencia en nosotros para una vida de santidad.
Santiago 4, sin embargo enfoca específicamente los pecados sociales relacionados con la ruptura de las relaciones interpersonales (vv. 1–3), cuyo contexto de fondo está formado por las dos clases de sabiduría mencionadas en los versículos 13 al 18 del capítulo 3: la «sabiduría» perversa frente a «la sabiduría que es de lo alto». La sabiduría perversa se manifiesta en el área de las relaciones personales destructivas (vv. 14–16). Primero, Santiago menciona la amargura (v. 14) contra otros, amargura que puede ir dirigida también contra las circunstancias, nosotros mismos o Dios (Hebreos^<1034,Times New Roman>Hebreos 12.15).
Luego se refiere dos veces a los celos (vv. 14, 16), que implican egoísmo y luego a la contención causada por la ambición egocéntrica (vv. 14, 16), a la jactancia (v. 14) y al autoengaño o el mentir contra la verdad (v. 14). Tal vez la principal puerta para la derrota de aquellos cristianos que luchan con conflictos interpersonales sea la falta de perdón, la cual lleva a la amargura, los celos, el egoísmo, la contención, la jactancia y el autoengaño de los que habla Santiago en este pasaje. Cuando estamos resentidos contra otros y nos negamos a perdonarlos, abrimos las puertas a todo tipo de conflictos interpersonales y pecado.
Por tanto, si estoy aconsejando a creyentes, les hago repasar el diagrama de pecado reaccionario que ya estudiamos con anterioridad (Cap. 24) y que constituye una herramienta clave en mi ministerio. Si no deciden responder en ese punto, no experimentarán una victoria completa.
El fruto doble de estas emociones amargas, orgullosas y negativas se nos revela en Santiago 3.16. En primer lugar hay «perturbación»: se viola el orden de Dios y hay confusión y falta de paz interior, tensiones, relaciones rotas y sentimientos heridos con los demás. En segundo lugar, se produce lo que Santiago llama «toda obra perversa». Estas actitudes orgullosas y negativas son una puerta abierta para toda clase de mal posible (Hebreos^<1034,Times New Roman>Hebreos 12.15). La energía pecaminosa atrae a Satanás y sus demonios como un potente imán espiritual negativo. Allí donde hay profundos conflictos interpersonales entre creyentes, está el maligno. No debemos de ninguna manera aceptar tales conflictos con otros en nuestros hogares, iglesias e incluso comunidades. Es mejor ser lastimados nosotros mismos que hacer daño a otros; en especial a aquellos que forman parte del cuerpo de Cristo.
Una de las enseñanzas más prominentes del Nuevo Testamento respecto a los creyentes es el llamamiento que nos hace Dios a esforzarnos por «guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz» (Efesios 4.3). Si estoy consciente de que mi relación con algún miembro del cuerpo de Cristo se ha roto, no debo descansar hasta que haya hecho todo lo posible para que dicha relación sea restaurada (Mateo 5.21–25; 6.12–15; 18.21–35; Marcos 11.22–26).
Donde hay relaciones rotas, allí está el maligno. Si no lo queremos en nuestro medio, debemos andar en paz con todos los que creen (Colosenses 3.8–17) e incluso con los incrédulos, siempre que esto sea posible. El apóstol Pablo nos exhorta: «Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres. No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor» (Romanos 12.18, 19).
Pablo también nos recuerda que «el reino de Dios no es comida ni bebida, agradarme a mí mismo a expensas de los sentimientos de los demás», véase el contexto (vv. 1–16), «sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo. Así que, sigamos lo que contribuye a la paz y a la mutua edificación» (Romanos 14.17, 19).
La sabiduría perversa tiene su origen en el espectro completo del pecado, según explica Santiago en el capítulo 3. Procede de las tres fuentes del pecado multidimensional (v. 15). Y el hecho de que dicha sabiduría está activada por los demonios se afirma de la manera más clara. Santiago no está diciendo que las personas que manifiestan esta sabiduría negativa en su vida estén necesariamente demonizadas. Lo que sí dice es que todas ellas, sin excepción, han permitido a los poderes demoníacos que actúen contra sus vidas en ese punto. Lo que sale de sus bocas proviene de corazones que han dado lugar al diablo (Hechos 5.3; Efesios 4.27). El espíritu que está detrás de esos celos amargos, ambición egoísta, disputas, contiendas, envidia, ira, resentimiento y rabia es un espíritu demoníaco.
Por lo general esto no implicará una necesidad de liberación, pero sí, en todas las ocasiones, de obediencia. Soy un hombre de Dios y debo juzgarme en ese punto; dejar de buscar excusas para encubrir mis pecados; enfrentar el hecho de que tales actitudes negativas son pecado y proceden de la carne ofendida del mundo, que cuando me hieren dice que debo defenderme y herir a los que lo han hecho.
Sobre todo, tales actitudes proceden del diablo. Al alimentar mis rencores y permitir que la raíz de amargura permanezca en mi vida, he dado a Satanás un agarradero de pecado al que se aferra con furia. A partir del mismo, el diablo intentará penetrar más hondo en mi ser para perturbar aún más mi caminar con Dios y con mis hermanos. Debo quitar ese agarradero de pecado que es la falta de perdón arrepintiéndome del mismo, confesándolo, a fin de poder andar de nuevo con un Espíritu Santo que no esté contristado.
En algunos casos, no obstante, y más a menudo de lo que quisiéramos admitir, los demonios han logrado entrar en una vida cristiana mediante la puerta abierta de la falta de perdón y el resentimiento persistentes. Los demonios de ira, rabia, amargura, odio y otras clases vinculadas con las relaciones interpersonales se cuentan entre los más corrientes descubiertos en las vidas de cristianos demonizados. Sea cual fuere el caso, si obedecemos en esto la enseñanza apostólica, quedaremos libres de tal influencia.
Para añadir impacto sobre impacto, en el capítulo 4, versículos 1 y 2, Santiago lleva este tema de los conflictos interpersonales hasta sus últimas consecuencias y dice que tales conflictos son evidencia segura de una vida en la carne. La carne se manifiesta en guerras (vv. 1, 2), pleitos (v. 1), odios, «matáis» (v. 2 con Mateo 5.21–24; Hebreos^<1034,Times New Roman>Hebreos 12.15) y envidia (v. 2).
Luego Santiago recoge una nueva evidencia de la vida en la carne: el área de la oración personal ineficaz (vv. 2b, 3). El ideal bíblico de una vida constante de oración es el de una plegaria intensa pero reposada que brota de una vida sosegada de comunión con Dios, sumisión a su señorío y aceptación del gozo y el sufrimiento como elementos propios de una vida y un ministerio cristianos normales. Esa clase de oración surge también de una vida tranquila de comunión con los hermanos y siempre que sea posible, en lo que dependa de nosotros, de paz con todos los hombres. La actividad carnal de los conflictos interpersonales obstaculiza este tipo de vida de oración y produce la confusión en la práctica de la plegaria personal (vv. 2b, 3a).
A continuación, Santiago se refiere a «la carne» con otras dos breves expresiones. Primero habla de «vuestras pasiones, las cuales combaten en vuestros miembros» (v. 1b); y luego de «para gastar en vuestros deleites» (3b), una mala motivación. ¿Por qué queremos aquello por lo cual oramos? ¿Cuáles son los motivos que nos impulsan a pedirlo? ¿Es el placer personal o la gloria de Dios?
La lucha contra los impíos valores del mundo (vv. 4, 5)
Santiago dice a continuación que tenemos que romper con los valores impíos establecidos por el mundo y que han logrado cierto control, a menudo firme, sobre nuestra vida (vv. 4, 5). Como vimos, el mundo representa la socialización colectiva de las actividades de la carne bajo el sutil control general de lo sobrenatural perverso. (Efesios 2.2; Juan 12.31; 14.30; 16.11; 2 Corintios 4.3, 4; 1 Juan 5.19; Efesios 6.10–12).
Santiago resume el sistema de valores del mundo que intenta arrastrarnos de una manera sutil a su órbita con dos males muy gráficos. El primero de ellos es el orgullo o la ambición egoísta (3.14–16; 4.1, 2a). El segundo es la codicia (4.2a; 1 Juan 2.15–17). Santiago afirma que el hecho de seguir los valores de codicia y orgullo del mundo produce una enemistad entre nosotros y Dios (v. 4). Y por último, declara Jacobo que el amor que Dios nos tiene, como sucede con todo verdadero amor «conyugal», es celoso (v. 5). El amar al mundo y amar a Dios al mismo tiempo constituye adulterio espiritual (v. 4) y contrista al Espíritu Santo que mora en nosotros (v. 5).
La gran afirmación divina de la gracia (v. 6a)
La gracia es un área decisiva en el consejo de liberación. Muchos creyentes están tan vapuleados por las emociones heridas, los fracasos personales y los demonios que han perdido la esperanza. Para cuando encuentran un consejero de liberación, a menudo llevan mucho tiempo recibiendo consejo sin resultados. Aunque tal vez hayan sido ayudados en parte, su principal problema sigue todavía sin resolver. No habiéndose descubierto ni remediado el pecado, ni muchas veces los malos espíritus, estas cosas atormentan sus vidas. Tales cristianos creen que Dios se ha desentendido de ellos. ¿Les ayudará de veras el consejo de liberación para recuperarse? Muchos han perdido toda esperanza de poder realmente cambiar.
Santiago sabe esto y por ello interrumpe el flujo normal de su enseñanza con esta promesa sin restricciones: «Él [Dios] da mayor gracia». Mayor que todos nuestros pecados, por grandes que sean. Tengamos el problema que tengamos, está diciendo Santiago, la gracia de Dios es superior; y luego nos promete que esa gracia está a disposición de todo creyente que lucha y con el tiempo dará a éste la victoria.
¿Qué es la gracia? Vine presenta dos páginas de explicaciones,3 pero en este caso prefiero la definición del diccionario de Webster, el cual dice que gracia procede «del latín gratia, favor, de gratus, agradable; de una raíz observada en el griego, chaíro, regocijarse[ … ] amor[ … ] favor, buena voluntad o bondad, disposición de agradar a otro; el amor y el favor de Dios; la influencia divina que renueva el corazón y restaura del pecado; un estado de reconciliación con Dios[ … ] misericordia; perdón; favor otorgado».
Dios no sólo da este tipo de gracia, sino que lo hace de un modo tan abundante que Santiago no encuentra palabras para describirlo, y dice: «Él da mayor gracia». La gracia de Dios es más grande que todos nuestros pecados y que todas las heridas que hayamos podido sufrir cuando éramos niños y jóvenes. Su gracia es mayor que todos los demonios y que todo el poder del diablo para hacernos daño. Dios nos concederá su gracia ahora y comenzará, también ahora, nuestra completa liberación. Eso es lo que dice Santiago en el versículo 6a.
Uno de nuestros principales problemas es la reacción negativa que tenemos ante todos los sufrimientos que entraña la guerra espiritual. A menudo nos quejamos: «¿Por qué a mí, Señor? Merezco cosas mejores de las que estoy recibiendo». Si recibiésemos lo que nos merecemos estaríamos en un grave aprieto; en realidad iríamos camino del infierno. No debemos concentrarnos en nuestros méritos personales, sino en la gracia de Dios que suple nuestras necesidades a pesar de nuestra falta de tales méritos.
Esta verdad sólo se nos hace patente cuando estamos a solas con Dios. En momentos como esos, la grandeza de su gracia para con nosotros en Cristo nos abruma, y llenos de gratitud comenzamos a entender que desde el principio hasta su consumación en el reino de Dios toda nuestra vida cristiana debe su existencia únicamente a la asombrosa gracia divina (Efesios 1.3–7; 2.4–10).
Lo único que Dios requiere (v. 6b)
«Dios resiste a los soberbios» (Santiago 4.6b). Esta cita de Proverbios 3.34 en la Septuaginta es tan decisiva al aconsejar a los guerreros y demás creyentes que Pedro también se refiere a la misma en su magnífica enseñanza sobre la guerra espiritual (1 Pedro 5.5). El escritor de Proverbios tiene mucho que decir en cuanto al orgullo; por ejemplo: «Abominación es a Jehová todo altivo de corazón» (Proverbios 16.5); o «Antes del quebrantamiento es la soberbia, y antes de la caída la altivez de espíritu» (Proverbios 16.18).
«Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes», dice Santiago (v. 6b), y continúa aplicando esa verdad en el versículo 10: «Humillaos delante del Señor, y Él os exaltará». El orgullo fue la causa principal de la caída de Satanás y sus ángeles, así como la base de la incredulidad humana en el plan de Dios y en su Palabra, y sigue siendo el lazo con el que el diablo atrapa a los creyentes (1 Timoteo 3.6; 5.9 con vv. 14 y 15; 2 Timoteo 2.14 con 26; 1 Pedro 5.5–11). El orgullo es una de las primeras cosas que detendrán la liberación.
En cierta ocasión, estaba ministrando a una creyente demonizada que había hecho algunos progresos. Muchos demonios habían sido identificados y echados fuera de su vida. Sin embargo, aún quedaban cosas por solucionar: se trataba de una mujer orgullosa que creía haber sido dotada por Dios de una sabiduría singular, dones de oratoria y otros más exóticos y espectaculares. Sabía que todavía teníamos que enfrentarnos con el principal demonio asociado a su vida y sospechaba cómo podía llamarse aunque no estaba seguro de ello.
Por último, durante una de las sesiones surgió cierto demonio del interior de la mujer y ésta empezó a alardear de sus poderes en el Espíritu Santo y de sus dones de oratoria y persuasión.
La miré directo a los ojos y pregunté:
—¿Quién eres?
—Soy Orgulloso —contestó el arrogante espíritu.
Se trataba de la fortaleza satánica en la vida de la mujer.
Hice callar a Orgullo y hablé a la mujer sobre sus problemas con la altivez. Se sintió ofendida, aunque sabía que el demonio del orgullo estaba en ella, y quería que saliese, no estaba dispuesta a humillarse por ello.
Nos atascamos en ese punto y la liberación cesó por completo. Ella salió de aquella sesión con la cabeza erguida y un aire de pavo real. Jamás volvió a la consulta.
Después de aquello me la encontré por casualidad en dos ocasiones, con un año de intervalo entre una y otra. Cada una de las veces la vi desde lejos, al acercarse a mí, y mirarla de frente a los ojos, apareció Orgullo para recibirme sin entrar en una manifestación demoníaca. ¡Era toda una experiencia verla y hablar con ella!
No volvió a pedir consejo nunca más. Que sepa todavía vive una vida cristiana orgullosa, ejercitando sus «dones» espirituales dominantes entre el pueblo de Dios. Es probable que pocos creyentes sospechen la mezcla espiritual que hay en su vida.
Santiago 4.6b también nos explica cómo podemos experimentar la gracia de Dios auténtica en la medida que la necesitamos: él «da gracia a los humildes». Hallamos la gracia humillándonos. Otra vez hay que decir que según parece sólo el orgullo puede obstaculizar el flujo de la gracia. Es a esto a lo que dedico mucho tiempo durante el consejo previo a la liberación: quiero ayudar al creyente a descubrir la base del pecado que permite a los espíritus que le afligen obstaculizar su vida cristiana. Si el orgullo y el egoísmo le llevan a esconderme voluntariamente algunas áreas de pecado (a Dios no puede ocultárselas, Salmo 130.1s), la victoria en su lucha se hará muy difícil.
Nuestro trabajo consiste en ayudar al creyente a conocer su identidad en Cristo, ocupar su posición como heredero de Dios y coheredero con Jesús, e identificar cualquier área de pecado que haya aún en su vida, a fin de confesar dicho pecado, romper con él, arrepentirse y recibir la limpieza y el perdón de Dios. Por último, también es tarea nuestra ayudar a dicho creyente a liberarse del dominio de cualesquiera demonios que todavía queden en su vida. Esto es más bien un choque de verdad que un choque de poder.
Algunas veces el creyente no tiene conciencia de todo el mal que se le hizo en el pasado; ni siquiera la tiene plenamente de algunas dimensiones de su vida personal que proporcionan agarraderos de pecado o de heridas en el alma a los cuales los demonios se asocian con frecuencia. Cuando esta situación existe, pedimos al Espíritu Santo que revele cualquier cosa que ofrezca entrada a los espíritus opresores para seguir afligiendo al creyente. En ese proceso de oración ocurren cosas asombrosas.
Una vez, el Rvdo. Tom White y yo estábamos ministrando a un joven temeroso de Dios procedente de una familia disfuncional en exceso. él mismo, sus hermanos y sus hermanas habían sido abandonados de niños por sus padres. Su madre no podía ocuparse de ellos y los colocó en diferentes casas de crianza durante tres años. Una vez que volvió a casarse, llevó de nuevo a los niños al hogar.
Pasados algunos años, el padrastro también los abandonó y los niños fueron otra vez a parar a distintas casas de acogida.
Ahora todos ellos son adultos jóvenes con problemas. Jerry, el hombre al que estábamos ministrando, conoció al Señor poco después de los veinte y llevó a Cristo a dos de sus hermanos y una de sus hermanas. Aunque era un cristiano firme, Jerry se sentía sin embargo demasiado inseguro y era arrastrado a incontrolables altibajos emocionales. También estaba demonizado: no gravemente, pero sí lo bastante como para lastimar su vida y poner en peligro su capacidad de conservar un trabajo.
Había tenido con él una satisfactoria sesión de liberación y ya que Tom se encontraba de visita en casa accedió a acompañarme en mi siguiente entrevista con Jerry. La mayor parte de los recuerdos de la infancia temprana del joven habían desaparecido de su memoria y yo sabía que tenía que haber habido algún suceso o serie de sucesos insoportables en su vida pasada que guardaban en parte el secreto de su turbado presente. Aquellos acontecimientos habían dañado seriamente su ego de hombre y nosotros estábamos convencidos que sería de ayuda poder sacarlos a luz y curarlos a fin de que Jerry continuara adelante con su vida.
Al guiarnos Tom en oración, pidió al Espíritu Santo que hiciera retroceder a Jerry en su recuerdo hasta cualesquiera sucesos críticos que hubieran mantenido su vida cautiva desde entonces. Y después de orar, el joven empezó a ver los acontecimientos tales y como habían ocurrido en el pasado. De repente vino a su memoria uno de aquellos momentos críticos. Su madre le estaba llevando de nuevo a la casa de crianza y era abandonado una segunda vez por ella, no por su padre ni por su padrastro.
Comenzó a llorar, mientras su cuerpo temblaba de miedo. De pronto, Jerry rogó con una voz de niño: «¡Madre, no me dejes! ¡No me dejes otra vez!» Y siguió llorando sin cesar. Cuando se recuperó, el joven se puso a orar perdonando a su madre, a su padre y a su padrastro. También perdonó a Dios, el cual, pensaba, le había abandonado. Como resultado de ello, su proceso de sanidad se aceleró hasta el día de hoy. Jerry ahora disfruta de salud emocional y libertad de toda demonización.
La sección final de la enseñanza de Santiago sobre la guerra espiritual se centra en los mandamientos y las promesas finales de Dios.
Primer mandamiento: «Someteos, pues, a Dios» (v. 7a)
Este mandamiento no podía ser más conciso y al mismo tiempo más amplio. Constituye una llamada a aplicar las enseñanzas que se acaban de recibir. El «pues» del versículo 7 se refiere, como mínimo, a todo lo que se ha estado diciendo desde el versículo 1. Los versículos 1 al 3 son una repetición de las apasionadas exhortaciones de Jacobo acerca de las dos sabidurías (3.3–18). Por lo tanto, ese «pues» tiene que ver con los problemas de pecado referentes a la carne, el mundo y lo demoníaco (3.15) a los que se enfrentan los creyentes.
El problema del creyente con el pecado debe identificarse y tratarse. Santiago va a pasar de inmediato al mandamiento que implica una sumisión completa a Dios y la confesión del pecado forma parte de dicho proceso de sumisión. Según la Escritura, necesitamos confesar a Dios nuestros pecados, tanto los generacionales como los personales (1 Juan 1.6–10; 2.1, 2; Salmo 139.23, 24).
Para someternos de veras a Dios hemos de hacer frente a estas cuestiones relacionadas con el pecado. Si el creyente desea de veras alcanzar la victoria en su vida estará dispuesto a humillarse delante de Dios y en presencia del consejero. Abordará sinceramente aquellas áreas de pecado y los agarraderos de dicho pecado en su vida. Aunque esto no implica un subjetivismo paralizante de parte del cristiano ni una indagación morbosa del consejero, si hay pecado escondido no se conseguirá la victoria (Salmo 32.1–7; 51.1–17; 66.16–20; 139.1–24).
Santiago 5.13–16 hace mucho hincapié en la confesión y revela la necesidad que tenemos de declarar nuestros pecados a un compañero de oración, un confidente para sanidad. El consejero se convierte en uno de esos compañeros durante la consulta, pero el creyente necesitará también de otros.
Si percibo que la persona receptora del consejo está tratando de encubrir cierto pecado en su vida, detengo la consulta e intento sacudir su conciencia utilizando versículos como 1 Juan 1.7, 9; 2.1, 2; Santiago 1.13–22; Salmo 66.16–20; 139.23, 24. Si hay demonización, la interferencia demoníaca se producirá en ese momento. El creyente puede sentirse confuso o quedarse mirando desconcertado sin poder entender lo que se está diciendo.
Tal vez oiga un torrente de voces en su mente que reaccionen, denuncien, ridiculicen y contradigan. Quizá se den muestras internas de miedo, ira, rebeldía, blasfemia, etcétera. Si ello ocurre, puede por lo general ser controlado mediante una reprensión tranquila o liberando la mente del creyente por medio de la oración para que responda al Espíritu Santo que está dentro de él. Los demonios a veces prorrumpen en una manifestación vocinglera. Esta también debe controlarse. Los espíritus malos tendrían que ser silenciados, prohibiéndoseles hablar o entremeterse en la marcha de la consulta.
«Someteos, pues, a Dios» implica una rendición al señorío de Cristo, una entrega completa de la persona entera y de cada una de las áreas de su vida a la autoridad de Dios. Sin duda alguna, esta rendición a Dios es la principal clave para la victoria en la guerra espiritual. Finalmente, el señorío de Jesucristo es el foco de atención primordial en el plan redentor de Dios (Efesios 1.9, 10, 20–23; 2.4–7; 3.4, 9–11; Filipenses 2.9–11; 3.20, 21; Colosenses 1.16–19, 25–27; 2.2, 3, 9–10; 3.1; 1 Corintios 15.24, 25;  Hebreos 1.8, 10, 12; 12.2; 1 Pedro 3.22), y también constituye el camino para romper las ataduras demoníacas.
Ninguno de nosotros vive el cien por ciento del tiempo en perfecta obediencia al señorío de Cristo en cada área de su vida debido a la falsedad de nuestra carne. Sin embargo, todos nosotros deberíamos llegar mediante la fe a una situación de rendición completa a Jesús como nuestro Señor. De eso es de lo que tratan pasajes tales como Romanos 6.1s, 12.1, 2; 1 Corintios 6.19, 20 y otros semejantes. Si el creyente atribulado retiene de manera espontánea un área de su vida para sí mismo, encontrará difícil resistir al diablo y verle huir como promete Santiago en el versículo 8.
Llegados a este punto, por lo general, empiezo explicando quién es Jesús como Señor. Destaco su exaltación llevada a cabo por Dios Padre al lugar de señorío absoluto del universo. Luego, utilizando la Escritura suscito la cuestión del señorío de Cristo en la vida del que busca consejo. Pasado algún tiempo voy a 1 Corintios 6.19, 20; Romanos 6.11–13 y 12.1–3. En el primero de dichos pasajes, el apóstol Pablo dice: «¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo».
Aquí, a menudo, doy mi testimonio personal de cómo Dios ha utilizado estos versículos para cambiar por completo el curso de mi vida. Durante un período de profunda crisis espiritual, el Espíritu Santo cautivó mi corazón con la verdad de este pasaje y me condujo, por la fe, a un total compromiso con Dios. Fue como firmar una hoja en blanco (véase Fig. 63.1). No tenía ni la más remota idea de lo que Dios quería hacer con mi vida, pero estaba dispuesto a aceptar por la fe lo que Él deseara.
Eso sucedió en 1949 y en cierto sentido no he tenido que volver atrás y firmar de nuevo esa hoja en blanco, ya que lo hice aquel día una vez por todas por la fe. Sin embargo, en otro sentido, sí que he tenido que firmarla en cada momento de crisis de mi vida.
A continuación, llevo a la persona a quien estoy aconsejando a Romanos 12.1, 2 y 6.11–13. En el primero de esos pasajes, el apóstol Pablo dice:
Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.
Entonces explico que al presentar mi cuerpo como un sacrificio vivo estoy presentando todo mi ser. Todo lo que soy vive en mi cuerpo, y si Dios tiene este último me tiene a mí entero. La descripción anterior que hace Pablo de la presentación del cuerpo en Romanos 6.13b es bastante gráfica y pertinente: «Presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia».
Luego paso a orar por la persona. Primero la guío a presentarse entera a Dios y luego a hacer lo propio con los miembros de su cuerpo, uno por uno, como instrumentos de justicia. (Véase la «Oración de Liberación» en Grupo, Apéndice C.)
Se trata por lo general de un momento muy emotivo de oración y compromiso. La persona sabe que está entrando en una unión experimental más profunda con Cristo como Señor y Luz de su vida de la que haya tenido hasta entonces. También lo saben los demonios; y en el caso de creyentes gravemente demonizados, si no ha habido ninguna protesta o interferencia demoníaca hasta ese momento, por lo general ocurre entonces. De lo contrario puede producirse con el siguiente mandamiento de Santiago.
Segundo mandamiento: «Resistid al diablo» (v. 7b)
«¿Y cómo resistimos al diablo?», se preguntan muchos creyentes. La mejor respuesta es: «Del mismo modo que lo hizo el Señor. Con una confrontación verbal basada en la verdad de la Palabra de Dios» (Mateo 4.1–11 con Lucas 4.1–13). Jesús abordó esos choques de poder con el diablo mediante un choque de verdad.
Con el choque de verdad en mente, llevo a la persona a Efesios 6. Allí, en los versículos 18 al 20, el apóstol Pablo revela cuatro dimensiones clave de la victoria del creyente sobre Satanás: el escudo de la fe (v. 16); el yelmo de la completa salvación (v. 17a; Hechos 10.38; 1 Juan 3.8; Colosenses 2.15; Hebreos^<1034,Times New Roman>Hebreos 2.14, 15); el rhêma de la Palabra de Dios (v. 17b); y la oración en el Espíritu Santo (v. 18).
También teniendo en mente el choque de verdad, vamos a 1 Pedro 5.8–11. Este pasaje, como el de Efesios 6, puede utilizarse en cualquier momento de la consulta. No obstante, lo introduzco generalmente aquí porque Pedro también nos da un mandamiento de «resistir al diablo» semejante al de Santiago.
En este pasaje, el apóstol Pedro confirma lo que ya hemos visto en el presente libro. Comienza con un mandamiento doble: «Sed sobrios, y velad». «Sed sobrios» es el verbo népho. J Ramsey Michaels dice que la mejor traducción sería: «¡Prestad atención!»4 Pedro utiliza la misma palabra para referirse a la oración en el 4.7. Lo que está diciendo es: «Tened un espíritu sobrio para la oración. Prestad atención a vuestra vida de comunión con Dios». Es el mejor consejo para todos nosotros.
Luego, Pedro continúa diciendo: «Velad». El término griego es gregoréo. Vine dice que el mismo significa «mantenerse despierto, estar vigilante».5 Michaels, por su parte, expresa que quiere decir «¡Despertad!», y escribe: «Estos imperativos enérgicos son un simple llamamiento a los lectores a que se preparen, en mente y espíritu, para una batalla decisiva contra su único gran enemigo, el diablo».6 Luego menciona que esos dos mandamientos no sólo aparecen en 1 Pedro 4.7, en relación con la plegaria, sino también refiriéndose a la totalidad de la vida cristiana de aquellos a quienes va dirigida la carta, en 1 Pedro 1.13.
Pedro da una razón triple para esos mandamientos. Sus lectores tienen un adversario, el diablo, y dicho adversario ronda como un león rugiente (véanse Salmo 22.12, 13; Ezequiel 22.25). El apóstol Pablo utiliza una frase parecida en 2 Timoteo 4.17, y expresa: «Fui librado de la boca del león». Todas estas son referencias a los enemigos del pueblo de Dios. En 1 Pedro 5 tenemos al principal enemigo que manipula a todos nuestros enemigos humanos para devorarnos y se identifica con nuestro único adversario: el diablo.
Pedro dice que nuestro rugiente adversario está «buscando a quien devorar». Esta es una palabra fuerte. ¿Puede el diablo devorar a los cristianos descuidados e incluso gravemente heridos? Pedro parece pensar que sí. Entonces, ¿por qué cada vez que trato de recalcar el terrible poder maligno que Satanás lanza contra los hijos de Dios muchos creyentes se van enseguida a 1 Juan 5.18, «Y el maligno no le toca»?.
El verbo griego traducido por «tocar» en 1 Juan 5.18 es hápto, que tiene muchos significados diferentes. Y en el contexto en el que habla Juan aquí, Vine dice que «tocar» significa «atacar con el propósito de romper la unión vital que existe entre Cristo y el creyente».7 Satanás no puede hacer eso a ningún creyente verdadero.
Si ningún creyente pudiera ser siquiera tocado por el diablo en el sentido literal, Pedro estaría equivocado. Debería haber escrito: «El diablo es sólo un tigre de papel, que aunque anda rondando sólo puede rugir, no morder. No se le permite dañar a ningún creyente. De modo que no le prestéis atención alguna, ya que ruge mucho y no devora nada». También Pablo debería haber escrito: «No os molestéis en poneros toda la armadura de Dios. Todos habéis nacido de Él y el diablo no puede tocaros».
Pedro continúa con otro mandamiento: «Resistid firmes en la fe». Aquí «resistir» es el mismo verbo que se utiliza en Santiago 4.7b. Parafraseando a Pedro, puedo decir: «Ahí está nuestro adversario. En la actualidad merodea alrededor de vuestras vidas veinticuatro horas al día, siete días por semana, y cincuenta y dos semanas al año. Quiere devoraros. ¿Cómo hacer frente a tan perverso enemigo? ¡Siendo sobrios! ¡Velando! ¡Resistiéndole firmes en nuestra fe! Sabiendo que todos nuestros hermanos, en todas partes del mundo y en todas las épocas, se enfrentan al mismo tipo de guerra. Y, por último, ¡comprendiendo que Dios participa de todo el proceso! Él lo permite, e incluso lo ordena, con objeto de perfeccionarnos, fortalecernos y establecernos» (vv. 8–10).
El énfasis habitual de la Escritura consiste en que esta resistencia al diablo es diaria y continua, y tanto ofensiva como defensiva (Mateo 16.18). Por ejemplo: nos ponemos cada día toda la armadura de Dios, vivimos a diario en la plenitud de Cristo, oramos en el Espíritu todos los días. Sin embargo, también puede referirse a una resistencia en momentos de crisis. Tanto Jesús como Pablo mencionan días u horas especialmente malos (Efesios 6.13; Lucas 22.53). Tales ocasiones demandan el uso ofensivo y defensivo de la armadura por parte del creyente.
En realidad, todas las partes de dicha armadura deben ser utilizadas todo el tiempo en ambas clases de combate espiritual. Como suele decir el Dr. Ray Stedman, el soldado cristiano está «completamente sin temor, siempre alegre y en dificultades constantes». ¡Qué gran verdad es esta!
En nuestra resistencia contra Satanás tenemos que ser enérgicos. Martín Lutero, el reformador que más atención prestó a la guerra espiritual, comprendía el poder de la resistencia verbal contra el diablo. Según C. S. Lewis, Lutero escribió: «La mejor manera de hacer huir al diablo, si no cede ante los versículos bíblicos, es burlarse y reírse de él, ya que no aguanta la mofa».8 Luego, Lewis cita las palabras de Tomás Moro: «El diablo[ … ] ese espíritu orgulloso no puede resistir que se burlen de él».9
Los demonios son malos, mentirosos, engañadores y asesinos, y así se lo digo a ellos. Están condenados a arder en el infierno por toda la eternidad, y se lo hago saber con pleno desdén y menosprecio. Este enfoque les crea dificultades a algunos creyentes, quienes afirman que no deberíamos reprender al diablo o a sus espíritus inmundos. Para apoyar su tímida posición, tales creyentes citan Judas^<1034,Times New Roman>Judas 8 y 9.
No obstante, de la misma manera también estos soñadores mancillan la carne, rechazan la autoridad y blasfeman de las potestades superiores. Pero cuando el arcángel Miguel contendía con el diablo, disputando con él por el cuerpo de Moisés, no se atrevió a proferir juicio de maldición contra él, sino que dijo: El Señor te reprenda.
Primero, tenemos que considerar el contexto. Judas está escribiendo sobre falsos maestros, no de consejeros de guerra espiritual (vv. 4–23). Esos hombres siguen «sus malvados deseos»; son «los sensuales, que no tienen el Espíritu» (vv. 18, 19); y «rechazan la autoridad y blasfeman de las potestades superiores». En otras palabras: no respetan ni a las autoridades celestiales ni a las terrenales. Esto no es cierto de la resistencia o el consejo en la guerra espiritual.
En segundo lugar, Judas cuenta esta singular historia, no para enseñarnos lo que es legítimo y lo que no lo es en la guerra contra Satanás y sus demonios, sino para ilustrar su afirmación del versículo 10a: «Pero éstos blasfeman de cuantas cosas no conocen».
En tercer lugar, cuando resistimos al diablo estamos resistiendo a las potestades angélicas caídas. Se trata de los principados y potestades que menciona Pablo en Efesios 6.10–12. Por lo general, no son creyentes individuales quienes confrontan a esos poderosos principados y potestades gobernantes; esto es algo que sólo deberían hacerlo un cuerpo de creyentes, a lo largo de cierto período de tiempo y con un alto coste en súplica, ayuno y oración de guerra, como vimos en nuestro estudio de Efesios.
Aunque despreciamos a esos principados y potestades, tenemos un saludable respeto por su poder. Resulta peligroso para los creyentes enfrentarse a solas con principados y potestades que estén por encima de su conocimiento, su fe y su experiencia. Los cristianos que lo hacen pueden tener serios problemas, aunque en la mayoría de las ocasiones dichos seres espirituales hagan caso omiso de ellos.
Cuando se trata de demonios que afligen a las personas, éstos pueden ser confrontados por creyentes piadosos, maduros y experimentados que han recibido enseñanza acerca de la guerra espiritual enérgica y agresiva. Aunque, al igual que Lutero, desafíe su autoridad y los declare escoria sin valor, foso de basura del universo, como me gusta hacerlo, eso no es blasfemar de las potestades superiores, sino resistir a aquellas potestades caídas que se han convertido en el desecho de la creación.
Tales potestades han perdido cualquier majestad que tuvieran en un principio. También me deleito en decirles que sólo valen como combustible para el lago de fuego. Son basura inútil, despreciable, destinada a sufrir tormento perpetuo en el infierno. Cuando se lo digo a ellos, por lo general reaccionan con ira y miedo, pero admiten la verdad de mis palabras. Se les puede hacer confesar que son todo lo que los llamo y más.
Por último, recordemos que la confrontación verbal entre Miguel y el diablo, a la que Judas se refiere, tuvo lugar antes del evento de Cristo. Jesús destronó a esos principados y potestades de su lugar de esplendor. Ya no son majestades ninguno de ellos. Junto con su señor, Satanás, han caído en la ignominia y nosotros sentimos hacia ellos un santo desprecio. Todos esos principados y potestades se encuentran bajo nuestra autoridad colectiva como iglesia. Tratamos con ellos con la autoridad delegada por el Hijo de Dios en persona. Jesús nos dijo que echásemos fuera demonios en su nombre y eso es lo que hacemos.
Acto seguido, Pedro nos ordena que resistamos al diablo «firmes en la fe». Aquí la fe se refiere, sin duda alguna, a todo el evangelio, y de un modo especial a la verdad de la derrota de Satanás.  Hebreos 2.14, 15; 1 Juan 3.8). Es el evangelio lo que nos da nuestra posición en Cristo.
Cristo es nuestra vida, nuestro Señor, estamos en Él y Él en nosotros. Nos hallamos sentados con Él en los lugares celestiales. Tenemos el rhêma de Dios el Señor, la espada del Espíritu. Estamos vestidos de toda la armadura divina, incluyendo el escudo de la fe que apaga todos los dardos de fuego del maligno. ¿Qué podemos temer? Por fin Pedro concluye con la razón cuádruple que hay detrás de su enseñanza:
1. Las aflicciones a que nos enfrentamos en la guerra contra el adversario son las mismas que soportan todos los creyentes, en todo lugar y en toda época. Si ellos salen triunfantes, también podemos hacerlo nosotros (v. 9c).
2. Estos sufrimientos de la guerra espiritual son necesarios, buenos para nosotros. Aunque causen dolor, hay un propósito divino detrás de ellos (v. 10).
3. El que permite esas aflicciones y sufrimientos es «el Dios de toda gracia» (v. 10b).
4. Ese Dios de toda gracia es también el Dios de toda gloria, quien compartirá dicha gloria con nosotros en Cristo después que hayamos sufrido (v. 10c).
Con este estudio de Pedro volvemos a Santiago 4.
Primera promesa: «Huirá de vosotros» (v. 7b)
El diablo debe huir de usted. No tiene elección. Es Dios quien así lo determina. Aunque con frecuencia esa huida sea instantánea, más a menudo todavía constituye un proceso gradual iniciado por una crisis. De ahí, otra vez, la importancia del procedimiento «45-10-45» de liberación. El segundo 45 por ciento es el que cuenta y representa siempre la clave para una victoria continua en la guerra espiritual.
La única excepción a la promesa de que el diablo huirá de nosotros es cuando Dios nos habla directo, como hizo con Pablo, y nos dice que Él ha decidido permitir que siga la aflicción demoníaca incluso tal vez de manera indefinida. Por medio de mensajeros de Satanás, Dios está llevando a cabo planes de santificación más profundos en nuestra vida de los que podría realizar de ninguna otra forma. Ha habido y seguirá habiendo más de un creyente según el modelo de 2 Corintios 12.7–10; aunque, como es natural, esa no sea la norma. Por esa razón digo que Dios debe darnos una palabra de confirmación indicándonos que la aflicción demoníaca continua es su voluntad y tiene por objeto nuestro beneficio espiritual.
Santiago promete que, con el tiempo, el enemigo huirá de nosotros. Aunque los demonios se quejarán, fanfarronearán y discutirán, a la larga siempre tendrán que salir. Esa es la promesa de Dios.
Tercer mandamiento: «Acercaos a Dios» (v. 8a)
Adorad, alabad, amad, glorificad al Señor, está diciendo Santiago. El Dr. Bill Bright, fundador y director de la Cruzada Estudiantil para Cristo habla de cómo el poder de la adoración y la alabanza dirigida a Dios rompe las fortalezas demoníacas en las vidas de los creyentes. El Dr. Bright comienza refiriéndose al coro angélico de Apocalipsis 4 y 5, ocupado en un culto constante a nuestro Dios:10
Sin duda, lo que ocupa todo el tiempo y las energías de esa gran hueste celestial debe ser un modelo apropiado para nosotros aquí en la tierra.
Con mucha frecuencia infravaloramos la importancia de la alabanza. Muchos tienen la idea de que se trata de un hermoso ejercicio estético pero de poco valor práctico. Sin embargo, si la alabanza es la principal ocupación de esa gran hueste de ángeles en el cielo, tiene que haber alguna razón de peso para ello. Y desde luego la hay.
La alabanza es nuestra arma más poderosa en el combate espiritual. Satanás tiene alergia de ella. Así que cuando hay una gran alabanza triunfante, se paraliza, se ata y se destierra al diablo.
Cuando el Señor habita en las alabanzas de su pueblo, se rechaza la influencia del enemigo; y si nuestra batalla no es contra carne y sangre, sino contra los perversos gobernadores del mundo invisible, entonces necesitamos utilizar armas espirituales poderosas. La alabanza triunfante y victoriosa es el arma más eficaz que tenemos a nuestra disposición, la alabanza que da como resultado una victoria continua, que es una vocación, una forma de vida.
Hagamos de la preparación para la guerra espiritual una práctica regular, adoptando un estilo de vida de alabanza continua.
Segunda promesa: «Él se acercará a vosotros» (v. 8b)
El creyente empezará a conocer la presencia del Señor como nunca antes. En algunos casos, esto ocurre de inmediato, tan pronto como se rompen las ataduras del último demonio abusivo. En otros, hay cierto cambio inmediato y cierta libertad en Dios que tardarán algún tiempo en alcanzar un nivel aceptable de presencia divina conscientemente perceptible.
En cierta ocasión, una mujer pura había sufrido abusos sexuales de parte de su marido durante determinado tiempo. La había obligado a ver videos pornográficos mientras «hacían el amor». Se sentía sucia, a pesar de conocer el perdón de Dios. En un rato de profunda oración durante la consulta, de repente se vio a sí misma con el Señor. Estaba vestida con un traje nuevo de boda blanco, tan pura como una novia virgen. La mujer lloró con el gozo de la presencia de Dios.
En otro caso, también un hombre tuvo una visión. Había sufrido terribles abusos físicos y sexuales en su infancia, y vio cómo el Señor le recogía, en su apariencia de niño, y le tenía en sus brazos sentado sobre sus rodillas (Marcos 10.13–16). El hombre lloró como un niño pequeño. Según la promesa de Santiago, Dios se había acercado a él.
Esta es la forma de obtener victoria en la guerra espiritual; la única forma de vida hasta que nos encontremos en la presencia personal del Señor y le veamos cara a cara.
Amén. ¡Aleluya! ¡El diablo está derrotado!

Beneficios alcanzados mediante la Expiación. 
Para poder considerar y responder a este cuestionamiento debemos inicialmente de saber como se define la expiación, y si vemos lo que dice la Enciclopedia Espasa Calpe encontramos que se define como “acto de expiar”, y que expiar es “borrar las culpas, purificarse de ellas por medio de un sacrificio”; desde el punto de vista legal dice que es “sufrir el delincuente la pena impuesta por los tribunales “, y desde el punto de vista religioso es “purificar una cosa profanada”.

Ya conociendo lo que es la expiación cabe preguntarnos ¿desde cuando se hizo necesaria? Y respondemos “desde que el pecado hizo su entrada al mundo”, y esto porque al no haber peca-do, no hay culpas que borrar, Dios hizo el mundo y todo lo que existe, y vio “que era bueno en gran manera” (Gn. 1:31), El formo a la mujer y la trajo al hombre (Gn. 2:22), estableció la unión sexual (v. 24), la propagación de la especie (Gn. 1:28), el trabajo (Gn. 2:15) y la alimentación (v. 16); vemos que los programas de la vida diaria también fueron indicados por El, y en ellos no Había pecado. Cuando este entró al mundo por medio de la desobediencia de la primer pareja se Hizo un juicio sobre el hombre y sobre la tierra (Gn. 3:16-19), este juicio incluye la permisión de Dios para que el diablo hiciera de las suyas con el genero humano y esto se ha perpetuado hasta Nuestros días, entonces desde esa remota ocasión se requirió de la expiación con el fin de conseguir que el hombre pudiera volver a la condición de perfección que tenía cuando fue creado. Fue pues necesario que se proveyese la victima idónea para lograr esa perfección y la única victima fue el Hijo de Dios, este vino a nacer de mujer, engendrado por el poder del altísimo, y dejando su trono de gloria se hizo hombre sujeto a todas nuestras debilidades y acepto voluntariamente llevar a cabo la expiación por el pecado y sus consecuencias; de tal manera que murió vicaria-mente con muerte de cruz por todo el genero humano – que en el cree – de todos los tiempos, consiguiendo así redimirnos de la maldición de la ley (Ga. 3:13); por amor Jesucristo tomo el lugar de la raza humana y así como el pecado entro al mundo por un hombre, así también la redención vino por un hombre.

Si tomamos en cuenta Hechos 10:38 y de acuerdo con esta palabra entendemos que el Diablo es el principal causante de la enfermedad, estaremos también de acuerdo en que la única Persona que puede restituirnos íntegramente es el Hijo de Dios.

Desde el tiempo antiguo (Lv. 14:31-32), la historia bíblica nos narra que era necesaria la Expiación por la enfermedad de la lepra. En Números 16:46-50 se refiere la rebelión de Coré y Como debida a ella hubo gran mortandad en el pueblo y de que manera fue necesaria la expiación Para que esta cesara.

En el tiempo del Nuevo Testamento (Mt. 8:17) se nos da a entender la necesidad de la
Expiación. Dice el apóstol San Pablo en Romanos 6:14 que no estamos bajo la ley sino bajo la
Gracia; si creemos esto, y también creemos lo que nos dice el mismo Pablo en Gálatas 3:13, entonces cabe preguntarnos ¿Por qué permanece bajo la maldición de la ley y seguir padeciendo enfermedad?. Esto es igual a que si un reo que ha Probado su Inocencia y siendo declarado libre de la acusación que había en su contra no Quiere salirse de la cárcel.

El Señor al efectuar la labor expiatoria la hizo por el hombre interior y exterior, y podemos ver a la luz de Las Sagradas Escrituras que el pecado es obra del diablo, por consiguiente la enfermedad también es obra de el (Hech. 10:38); Jesús apareció para destruir las obras Del diablo en el alma y en el cuerpo (1ª. P. 2:24) y también nuestras enfermedades (Mt. 8:17 Y Ga. 3:13). El llevo nuestros pecados y también nuestras enfermedades (1ª. P. 2:24). “El Es quien perdona tus iniquidades y sana tus dolencias” (Sal. 103:3). El atendió la necesidad del Alma del paralítico y le dijo: “tus pecados son perdonados” (Mr. 2:5), también atendió la necesidad del cuerpo y dijo: “levántate, toma tu lecho y vete a tu casa” (Mr. 2:11). “Comprados sois Por precio, y ya no somos nuestros (1ª. Cor. 6:19):
¿Glorificaremos a Dios si permanecemos en el pecado?
O
¿Glorificaremos a Dios si permanecemos en la enfermedad?
No, no lo hacemos, ya que Isaías (53:5) nos dice que “El llevó nuestros pecados”, y preguntamos ¿a cuantos quiere salvar?, responde Juan (3:16) “a todo aquel que en el cree”. Isaías sigue diciendo (53:5): “El llevo nuestras enfermedades” y volvemos a inquirir ¿a cuantos Quiere sanar? Y Mateo 12:15 nos responde “a todos”, Lucas 4:40 también confirma lo anterior. El sacrificio de Cristo fue vicario, es decir que el nos sustituyo en la cruz y en todo su sufrimiento Y muerte no sufrió y murió con nosotros, sino que sufrió y murió por nosotros. Si El llevo nuestros pecados, entonces hay razón para creer en El para obtener el perdón de los mismos; de Igual manera, si El llevo las enfermedades también hay razón para confiar para la sanidad y la Salud de nuestro cuerpo. 
Enfermedades permitidas por Dios. 
Muchas veces Dios permite que enfermemos como una prueba por diversas razones, pero siempre con uno o más propósitos. Al enfermar y no sanar, se debe en oración preguntar a Dios cuales la razón de la enfermedad y El en su infinita misericordia, nos hará saber cual es el motivo de la prueba o enfermedad.

Al menos podemos identificar 11 razones por las cuales Dios permite que pasemos por la prueba de la enfermedad, aunque podemos también incluir en estos motivos algún otro tipo de tribulación, prueba, dificultad o dolor.


1. Para glorificar a Dios. (Dn.3:16-18, 24-25)
2. Como disciplina. (Heb.12:5-11, Sgo.4:17, Ro.14:23, 1Jn.1:9)
3. Para prevenirnos del pecado. (1P.4:1-2)
4. Para alertarnos del orgullo. (2Co.12:7-10)
5. Para construir nuestra fe. (1P.1:6-7)
6. Para crecer. (Ro.5:3-5)
7. Para aprender obediencia y disciplina. (Hch.9:15-16, Fil.4:11-13)
8. Para equiparnos para confortar a otros. (2Co.1:3-4)
9. Para probar la realidad de Cristo en uno. (2Co.4:7-11)
10. Para testimonio a los Ángeles. (Job1:8, Ef.3:8-11, 1P.1:12)
11. Para silenciar al enemigo. (Job1:9-12, 2:3-7)